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Desde que el sacerdote del pueblo colocaba la cruz de cenizas en la frente, comenzaba una rigurosa penitencia durante cuarenta días que se intensificaba en la Semana Santa. No comer carne, no irse borracho por los caminos oscuros y evitar las relaciones sexuales era en parte reglas tácitas que regían la Trujillo de antes.
Hoy se
conmemora el miércoles de ceniza, conmemoración católica que da inicio a la
Cuaresma, un espacio de 40 días hasta la Semana Santa. Aunque hoy parezca
irreal, nuestros abuelos y los suyos se regían por una serie de reglas para
respetar como “buenos cristianos” esta fecha tan importante para ellos.
Te
presentamos algunos datos para entender cómo vivían nuestros abuelos la
cuaresma.
La preocupación
comenzaba a rondar la casa cuando un miembro de la familia (casi siempre el
hombre) salía con sus amigos a tomar miche y cantar con un cuatro en alguna
esquina o calle del pueblo.
Entre tragos
y borracheras el regreso se tornaba tenebroso en aquellos caminos de tierra
donde la modernidad no había llegado ni por casualidad.
Eran muchos
los amigos de un amigo que llegaban a sus casas privados o pidiendo perdón a
los cielos luego que la famosa Llorona, el Silbón o un duende del lugar salía
para cobrar las infamias de los borrachos que irrespetaron la cuaresma.
Así como los
hombres contaban una historia que le pasó a un amigo de un amigo, las matronas
trujillanas siempre tenían otra cuando se sentaban a tomar “fresco” en los
solares de una de ellas.
La cuaresma
era tan respetada que una mujer que osara planchar de noche y escuchaba radio,
podía encontrar a una bruja o a un demonio rondándola por semejante desfachatez
a una celebración tan importante.
Por eso en
cuaresma, las mujeres del hogar preferían mantener todo limpio y ordenado antes
de la seis, porque sólo aquellas ovejas desobedientes podían merecer tan atroz
castigo.
Comer carne
roja era un delito moral que se pagaba con arrepentimiento de corazón, las
carnes del mar aumentaban esos días en que los fieles seguían fielmente la
creencia de que si se comía carne, se estaba comiendo al mismo hijo de Dios.
A parte de
no comer carne, los trujillanos también guardaban el ayuno, los viernes sólo
pan y agua llenaba sus estómagos mientras en familia rezaban las oraciones
propias del tiempo litúrgico.
Eran tiempos
de decoro y respeto donde las supersticiones se zambullían por las mentes de
nuestros antepasados trujillanos muy respetuosos de su religión.
En un inicio
prender el radio era una falta que se pagaba por las malas miradas de los
vecinos, con el tiempo esto se redujo a música a muy bajo volumen, o escuchar
los sonidos sacros que colocaban en las emisoras del ayer.
Luego
llegaría el turno de evitar la televisión.
En esta
época era común ver a las familias conversar sobre viejas historias, sobre
caudillos que caminaban por las faldas de la montaña o recordar anécdotas que
transcurrían en los caminos de tierra del Trujillo de ayer.
A pesar del
miedo que se colaba en aquellos tiempos por cada hogar trujillano, el respeto y
temor a Dios estaban presentes en todos.
Eran días
donde muchos intentaban enmendar sus errores y ser buenos ciudadanos, eran
momentos propicios para estar en familia.
El temor a
los espantos y aparecidos terminaba al llegar el Domingo de Ramos, aunque ahí
empezaba una difícil etapa que sólo era suavizada por los dulces que aguardaban
en la mesa de los trujillanos.