El poeta concentra la
urbe en el enigma absoluto, orbita en sus dudas, busca su geometría entre la jauría, el smog y
las mujeres, la cerveza y la basura, el político de turno y la tecnología, los
centros comerciales y la casa, el picante y la escasez, el ruido y la armonía
de los escasos árboles, entre luces y sombras, donde aquello que se busca para
ahuyentarse, en contra de los avatares rutinarios del día a día, con su manera única de percibirse
en la jungla de concreto, casi tragado por el sistema; quiéralo o no, se
convierte el poeta en una forma de sonoridad arrítmica en la orquesta salvaje
de la ciudad, disonante y anochecido. Saint-John Perse nos recuerda que el
poeta es aquel que rompe para nosotros la costumbre.
No obstante de ello,
cruza la frontera del decadentismo, se aglomera en mezcla homogénea con el
ensueño del lugar y va tomando ritmo armónico dentro de él. Es como si
emprendiera un viaje, con el fin de sembrar la belleza en la huerta de la
esperanza. Fue engendrado para no ser, asemejarse, ni reconocerse, tal vez,
como quien realmente es, de ahí los enigmas y asombros que imperan en su vida,
sin estar satisfecho nunca con lo que es, aborda la historia y la filosofía de
su espacio geográfico, ostentando el contraste de las raíces culturales con los
comportamientos de la actual sapiencia urbana, resultando muy posiblemente un encuentro
con el “yo”, en la intimidad del “ser”.
Se enfrenta a una
perspectiva abierta y circular en los umbrales de su meditación, llega al poeta
como circunstancia del yo, la reflexión, (Jonuel Brigue dijo, tenemos que permitir
que las ideas aprovechables desciendan bajo el imperio de la reflexión) para
concebirse y saberse dentro y fuera de la ciudad, su presencia la ve acompañada
del mundo, al cual cree no pertenecer, deseoso de divulgarlo por medio de su
canto, de sus versos, hermosos puñales cristalinos que van más allá de las
resonancias, haciendo reventar los espíritus que las palabras enjaulan dentro
de ellas.
Se plantea descubrir,
vivir, escribir, evitar el olvido, ansía saber, se cuestiona, arranca la poesía
de las calles, de las montañas, de su casa habitada de fantasmas y helechos, de
los transeúntes obstinados, de la piel de los espejos que reflejan acertijos,
del alma, es invocado intrínsecamente a esta innegable labor, la forja melodía
y canción para los otros. Todo lo relacionado con la existencia humana en
general, llega a ser fuente de intriga para el poeta; es un crítico y
auto-critico que invita a la revolución, a la libertad, sin rimas ni metáforas prefabricadas.
La poesía es casa,
universo indescifrable, una mujer atormentada por los rígidos parámetros
sociales, la espesa armonía del tabaco mientras suena “Whole lotta love”, una
criatura inverosímil volando por los cielos, una mano que huye, un pájaro con
ojos de diamante geométricamente perfectos, presagio azaroso del porvenir, Fernández
plasmando su ingenuidad sobre el lienzo, Juana de Arco cantando mientras es
calcinada, las imágenes formadas por sus resonancias se afirman, se añaden, se
suceden, ¿Cuál es la verdadera imagen en esta infinita paleta de colores?
Todas, y absolutamente todas llevan a sus consecuencias, no se la puede abarcar
en ninguna definición, la poesía es también silencio del alma; el poeta se vale
irremediablemente de las palabras, camina más allá del lenguaje, por mundos
jamás imaginados, negados, nunca nombrados, y la escritura que surge de lo inexplicable
esconde en sí misma esa condición.
Quizás nadie conoce el
secreto de un poema. Cada palabra, cada frase guarda un verdadero secreto, cada
uno desentraña un enigma del universo. Intentar reducir la poesía a una fórmula
mágica para tener éxito, equivale a cortarle las alas a un ave, pues la poesía
es un organismo vivo, en constante revolución, encarna en la palabra, no deja
de ser instante. La poesía exige mudez, destierro; pide otro tiempo, otro céfiro,
otra luz. Entonces se deslumbra el espacio de papel que hay ante los ojos del
poeta, lugar de intersección de fuerzas desconocidas, se traslada de ámbito,
construye un puente translúcido entre su rincón oculto y el de todos, para
comunicar.
Las calles atiborradas de
los gritos de los buhoneros, el poeta deambula, lo atormenta el hambre, el hedor a comida rápida, la ciudad se
convierte en un conglomerado humano exhibiendo su colorido ritmo catastrófico, bajo
la complejidad cotidiana, ¿La ciudad? La misma progenitora de imágenes apresuradas,
y a pesar de todo, se presenta como un lienzo
en blanco ante las manos del creador. La ciudad intenta atraparlo pero nada
puede, pues la ciudad también se transforma.