Imagen de la Iglesia de "La Plazuela" |
Un sábado tenía que regresar y los fieles esperaron en las
tinieblas, luego del tiempo un enviado de Dios bendijo el Fuego Nuevo y se hizo
la lumbre en aquel recinto sagrado.
El fuego del alma se encendió en la gran vela, que el sacerdote
consagró, y del Cirio Pascual, la feligresía, cálida luz encontró.
Como muchas luciérnagas en un valle oscuro, las luces y las
oraciones manaban con un suave ritmo,
que era envuelto en el olor de incienso que se alzaba para acercar las
peticiones a Dios resucitado.
Como centinela en vela se meditaron 6 lecturas en penumbra y
la séptima, trajo con ella la luz que todo lo abraza, ya que era la que
indicaba el regreso del Señor, tan esperado.
Del Evangelio vino la bendición del agua, para traer
bendiciones a los presentes, fresco efluvio que alivia la sed, renueva el corazón
y lava las heridas de los que sufren en
cuerpo y alma.
Al final el Padre dice “Podéis ir en Paz” y se siente un
alivio, aun sabiendo que los problemas siguen afuera, los feligreses se van con
nuevas fuerzas.
“Para Dios no hay nada imposible” dice una abuela a mi lado,
y es que cuando el infierno se quiere hacer presente en la tierra, “solo la Fe
puede pisar al diablo”.