lunes, 26 de marzo de 2018

El recinto que vence las tinieblas se desborona

Cortesía Prensa ULA



Melanie Calistri/ ECS

Es pesimista decir que la situación del país esta acabando con todo, pero es de necios negar lo que los ojos ven.

La universidad es el sueño de muchos y con el pasar de los años se ha ido transformando en una utopía, en algo etéreo e inalcanzable para muchos, aún cuando las universidades autónomas son públicas, ahora solo quienes tienen dinero pueden vivir el sueño de perseguir un titulo cómodamente, con la única responsabilidad de estudiar.

Ahora ya no es tan cómodo ser estudiante, nuestra casa se queda sola, holgada sólo nos queda la ropa, tanto alumnos como profesores estamos viviendo un vía crucis interminable, transporte, efectivo, comida, salarios, familia, seguridad… cada una es una parada en este guion trágico donde cada personaje busca salir valientemente victorioso, pero ¿Quién ganará? ¿Nosotros o nuestros demonios?

En el pasado la universidad era un nicho próspero de alegría, conocimiento y luz, un Ítaca anhelado, una bendición divina donde todos éramos uno en creencias, credo y raza, ahora solo se ven cáscaras vacías que penan o nuevos estudiantes que ignoran la majestuosidad del pasado, y por eso aun pueden ver entre las sombras un futuro.

Aquellos que desertaron en busca de nuevos horizontes, no se les repudia su valiente cruzada, sólo es lamentable el hecho de que las circunstancias alejaran tantas mentes talentosas, de recibir su pergamino y toga.

Para los que aún luchan día a día por alcanzar su sueño, la  casa del conocimiento les hará compañía hasta que ya no pueda más, y se desvanezca o prevalezca sobre el caos.
El árbol que da frutos es el que le lanzan piedras, es más fácil dominar las masas si están cegadas por la oscuridad de la ignorancia.

Próxima a su 233 aniversario esta la Universidad de Los Andes, ¿Habrá fiesta este año? Sí es así y los apagones dejan velas para la torta, deberían soplar alguna y pedir el deseo  de que nuestra madre ULA vuelva a su esplendor de antaño, porque ¿Qué buen hijo no llora la desdicha de su madre?