Fotografía: Henrique Hernández |
Ser poeta es un oficio de amor,
constancia, integridad, desprendimiento, sacrificio, y revolución, ser poeta es
traducir el lenguaje de las cosas que rodean la vida diaria, una surte de
médium para el espíritu que es el poema. Entonces la poesía es un cuerpo cristalino
en plena actividad, merodeando en todas partes, no conoce de límites o fronteras,
es libre, universal. Vicente Gerbasi, no escapa a ninguno de estos conceptos,
por herméticos que parezcan.
Gerbasi es de una forma muy peculiar el
fundador de una nueva sensibilidad poética en Venezuela, sin él la poesía
venezolana seguramente hubiese tomado otro rumbo. Nace en Canoabo en el año de
1913 y muere en 1992, hijo de inmigrantes italianos, cursa estudios de primaria
y secundaria en Italia, para regresar a su Venezuela natal. Su poesía es una
eterna evocación de lo más introspectivo del ser poético, a través de la
internalización del mundo recalca los enigmas de la vida como circunstancia
imperecedera del hombre en el universo. Evidentemente matiza su escritura con
una delicada tradición que fusiona naturaleza y poesía; paisajes nativos, la
aldea, el bosque, los manantiales, laudes, el trópico con sus magnificencias,
se entretejen formando una atmosfera de fulgores serenos, melódicamente
alusivos a su terruño.
La naturaleza es por ende el signo de
su poesía, “Ella es realmente un bosque
de sueños que está colocado entre la tierra y el cielo, un bosque musical y
misterioso en que el alma anda errante y triste y jubilosa buscando la gracia
en la sombra que no es enemiga sino amiga.” (Humberto Díaz Casanueva, Viernes, N° 9, Caracas, 1940). Esto nos
deja afrontar la idea de paisaje como espacio visto, vivido, donde asume
instantáneamente una libertad significativa en la palabra poética orquestada
con los diversos estados del alma.
“En el Bosque
Con
mi soledad te espero en el bosque.
Que
vengas hacia mi toda ternura
como
viene la brisa a los ramajes.
Que
crezcas a mi lado
y
te aferres a mi como una orquídea.
Te
daré el abanico
de las auroras,
te
mostraré los frutos
que
dan los altos árboles
para
que seas amiga de las aves.
Que
vengas hacia mi toda ternura
porque
soy triste como la penumbra
que
florece en los bosques.
Que
tus ojos me den los cielos que no he visto
y
tu voz los murmullos que no he podido oír.
Yo
para ti hallaré la tierra,
la
sembraré de amor
y
de esperanza,
y
tú como la tierra,
me
darás la semilla.
Veremos
florecer plantas y nidos
correr
las aguas, el amor, los días…
y
esperaremos la muerte
como
los bosques tranquilos
esperan
la madrugada.” (Vigilia del náufrago, 1937, Vicente
Gerbasi)
Su lenguaje se llena del encantador
rumor del bosque, cada instante es un encuentro poético medular, germina
febrilmente de su alma la cadencia platónica con marcadas, pero delicadas
pinceladas naturalistas desde la visión del absoluto enamorado. Un tanto
explícito su lenguaje, imágenes de sencilla hermosura, que proporcionan una
poesía digerible para todos, diversa. Ambiciona recrear al bosque en todas sus
formas, con la vida y la muerte, la luz y las penumbras, el día y la noche, con
la fusión de espacio y tiempo, memoria y sujeto, como estructura del poema. Muestra
lo trascendental de la vida en la totalidad de la experiencia metafísica.
Esta metafísica noción del bosque es
la que le permite sintetizar con nitidez la imagen de su poesía, ligada al
pensamiento místico. Eleva la naturaleza de forma tal, que nos trasmite esa
comunicación directa que tiene con ella, alcanzándola hasta de algún modo
igualársele con hermoso éxito. Pérez Perdomo nos dice: “Este proceso de idealización de o subjetivación conduce a una cerrada
identidad entre la naturaleza y los estados de ánimo del poeta, en la que los
términos de la relación pueden llegar a invertirse y confundirse, pudiendo, en
consecuencia, los estado de ánimo pasar a ser atributos de los objetos físicos
y las cualidades de estos a ser los estados de ánimo no simplemente su reflejo
o representación.” (Vicente Gerbasi Antología Poetica,
Monteavila Editores Latinoamericana, C.A., 2004).
Gerbasi deja en evidencia que la naturaleza
de su Canoabo natal es esplendorosa, poblado de abundante vida animal y
exquisita vegetación, una geografía estupendamente rica en imágenes, sonidos,
aromas y sentires que se desbordan en los sentidos como dulce caudal colorido. Matices
que celebra sin caer en la irrespetuosidad verborréica, manteniendo una
posición de telúrica reverencia. “La
poesía se inicia cuando se / comienza a ver el mundo”, acertadas palabras
del poeta.
La metafísica en Gerbasi apunta a la
cotidianidad de objetos conocidos y se estructura a través de tópicos como la muerte, el sufrimiento asumido de manera
optimista, el vacío, la relación entre el ser
y la natura, la soledad, la figura de Dios como guía, el amor, el terruño que
ocupa o que ha dejado en algún momento, se deleita el poeta con esos ameno
factores, pero que no dejan de ser al extremo significantes. Veamos:
“SINFONÍA EN EL
SUEÑO
Nimbado de arcoíris, a ti me acerco, ¡oh, Dios!
tú que vigilas con mirada de firmamento estos dominios
míos,
colmados de maravillas con sueños y sufrimientos.
Ungido de la luz que te hace glorioso en los eternos
vergeles
a ti asciendo hecho de tus resplandores,
sin renunciar a lo bueno y a lo malo que me has dado
en la esplendorosa verdad de tus imperios.” (Bosque
doliente, 1940, Vicente Gerbasi)
Su voz es un viaje sentimental de
vida fulgurante, aproximado a lo abstracto más que a lo terrenal-comprensible,
se dilata por ende más hacia Dios que al orbe, impulsado por su innegable
coalición con dicha divinidad. Entendemos entonces que el poeta para Gerbasi
debe ser un dulce eco de Dios, o extensión de éste. De allí su búsqueda por lo
más íntimo del ser, con espontanea expedición,
partiendo de un chispazo mágico. Se concretiza la poesía Gerbasiana en un cosmos
de imágenes aleccionadoras, que nos traslada, como pocos, a esos instantes de
divina iluminación y nos llega a los lugares más impenetrables del alma.