Fotografía: Carlos Solarte |
La palabra
"casa" es demasiado simple para un significado tan complejo, espacio
ideado por el ingenio humano, microscópico lugar impregnado de la magia rítmica
del alma, nuestro primer universo. Lo que somos, lo que tenemos, lo que
queremos ser, nuestra propia identidad, es siempre un referente a la topología del medio en que se
habita. La casa es por ende una especie de condensación de las personas que la
ocupan. Bertolt Brecht manifiesta: “Me parezco
a aquél hombre que andaba por el mundo con un ladrillo, tratando de explicarle
a todos cómo era su casa”. Sin la casa, los hombres somos parias.
El poeta centra su naturaleza
en el acertijo que es su casa, se funde en ese espacio de dimensiones
simbólicas, y guarda en ella, siempre un lugar oculto, núcleo de operaciones,
confesiones. Lo traslada rotundamente a los asombros de la infancia, tejiendo
el lenguaje con la diversidad de imágenes, los significados que el hombre le da
a las cosas. Experimenta la palabra exacta: casa. Cobijo y fuego humano, la
casa es más que solo la palabra. Se adapta y se introduce en la quimera de lo
creado. Percibe el poeta las oscilaciones que con la obligación histórico-temporal
irá experimentando la casa.
La casa sucede en
metáfora de amparo ante la intemperie, de refugio en todas las formas. En
palabras de Miguel Hernández la casa:
“Pintada,
no vacía.
pintada está
mi casa
del color de
las grandes
pasiones y
desgracias.
Florecerán
los besos
sobre las
almohadas
Y en torno de
los cuerpos
elevará la
sábana
su inmensa
enredadera
nocturna,
perfumada.
El odio se
amortigua
detrás de la
ventana.”
Es verdad, el poeta (ante
la idea de la casa) cae en un sitio impregnado de esperanza, alegría, amor, llanto,
lujuria, recuerdos, en él asimila la pluralidad universal del “ser”. Se estremece ante la primicia de
lo nuevo, intenta desenterrar el acertijo en la arquitectura de la casa, se
dibuja en ella. Las reflexiones lo envían a la forma, sabe que en cada punto de
la casa adviene un elemento clave para su conformación personal, desde el
particular orden social en el que se le ha sido dado vivir. Lévi Strauss nos
dice: “la ideología no es cómo los
hombres piensan los mitos, sino como los mitos se piensan en los hombres sin
que éstos lo noten”. O como la casa quiere que la concibamos.
No hay límites de tiempo
y espacio en la casa, circunstancialmente propensa a la conclusión ideológica que
sustenta al poeta. Aunque ésta pueda representar un orden, también demanda
experiencias oníricas, desde ángulos epistemológicos que pueden no siempre
precisarse. El poeta se nutre de la casa, la mastica, la pulveriza, indaga por
saber quién esgrime a quien, o negocia con ella, tiene una peculiar relación
con la casa, propia de los amantes. En ella aprende que lo quimérico es tan esencial
en su historia, de la misma manera en que lo real-cotidiano lo es.
Edifica los sueños sobre
la base de sus realidades, no importa si es debajo de una mesa o escondido en
el baño, tomando café frente al jazmín o fumando un cigarro en su cama, el
poeta determinará su espacio, haciendo que surja de sus adentros la transformación
simbólica y etérea del universo perfecto, dentro de ese espacio, el lenguaje
como elemento de la metamorfosis. Se pregunta: ¿Es la casa una representación
del yo? ¿Son reales los esplendores en el espejo? ¿De dónde viene la luz? ¿Está
en mí la casa? El “ser” se convierte
en interrogante total, algo está a punto de nacer.
La casa como un todo para
el poeta, también acoge la melancolía humana de las imágenes, desde su cuarto:
La casa
Ésta casa es
una orquesta
que entona la
oscuridad de nuestras sombras
café ritual
de la tarde
penetra ojo
hogareño
geometría de
las cosas
acertijo
total del cuarto enmudecido
la piedra de
moler
oculta los
secretos inmemoriales de su edad
escritos al
roce salvaje del tiempo
bajo las
camas fluyen cuerpos ávidos de sangre
lo siento en
el duelo de la mañana
la selva
gruñe de tanto encierro
entonces me
entristece el silencio franco de los helechos
se rodea del
más profundo escalofrió la casa
desanda entre
polvo y voces necias.
Está
viva la casa, tiene alma, su esencia intenta reflejar el estado en que se
encuentra, el poeta lo sabe, conversa con ella a través de los helechos, del
café, adquiere poderes mágicos explorando las zonas desconocidas de los deseos
no expresados en las profundidades del “ser”,
presencia la soledad, reduciéndose al silencio, a una proyección propia del
acto creador. En resumen, a través de esta empresa de extrañas eventualidades,
se hace evidente que el poeta es una extensión de su casa, se expone a todas
las temperaturas de su diaria existencia, pende del frágil hilo de lo
imaginario, para inventarla, o para que ella se invente así misma.