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Foto: Robert Castellanos |
El caminar lento, la voz
apagada y la piel toteada por el sol; describen la apariencia de un señor que
por no saber encarrilar su vida deambula por las adyacencias de una necrópolis que
se ha convertido en su residencia.
“Porai
porai”… Así es como le dicen desde que tenía nueve años. Nadie
en el sector conoce su verdadero nombre y afirma que prefiere que nadie lo sepa
y le sigan diciendo el seudónimo que le colocó su padre.
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Tumba donde duerme "Porai Porai" Foto: Robert Castellanos |
¿Cómo
fue que llegó a estar en esta situación?
“La vida da muchas vueltas, joven”,
dice aquel señor, con la mirada perdida en algún lugar del cielo, como recordando su pasado.
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Foto: Robert Castellanos |
“Yo vivía por allá arriba, en la casa de los tíos de mi señora” confiesa el decrépito, pero por razones de fuerza mayor tuve que salir de ahí. Estuve unos días durmiendo en la calle hasta que “Gollo”, el que trabaja aquí en el cementerio, me dijo que me metiera en una tumba que tuviera techo y me vine a vivir aquí”.
“Porai
Porai” contrajo matrimonio cuando estaba muy joven. Tiene siete
hijos y cuatro fueron con su esposa de la cual se separó hace 20 años.
“Mi hijo mayor es sargento,
a los 18 años se metió en el cuartel y luego a la academia militar”.
¿Él
sabe que usted vive en un cementerio?
“Sí, sí sabe. Pero no me
ayuda. El menor tiene 18 años y me dijeron que lo vieron en el terminal de
pasajeros de Valera todo sucio como un pordiosero”.
“Tengo 4 hermanos y ellos me
dan por muerto”.
¿Cómo
era su vida cuando estaba joven?
“Yo soy de un pueblo que se
llama Timotes (Estado Mérida), llegué a Valera por estar detrás de una mujer. Viví
con ella 11 años. Trabajé vendiendo perros calientes y hasta tuve una moto. Yo
era muy enamorado” (risas)… “Una noche tenía una y a la siguiente noche montaba
a otra”, confiesa entre risas, como sacando del baúl de sus recuerdos aquellas
aventuras.
Cuando le pregunté por qué
se separó de esa señora (cuyo nombre no quiso mencionar), contó: “ella tenía un
hijo que lo mataron por andar en cosas malas, usted sabe, con esa porquería de
la droga; a raíz de eso tuve que desocupar su casa”.
¿Adónde
se fue?
“Me fui a Mérida. Allá
trabajé la agricultura y conocí a la mujer por la que llegué a parar aquí en
Pampán. Ella es la mamá del que está en Valera como un indigente”.
¿Qué
le dice ella cuando lo ve a usted aquí?
Señor,
¿cómo hace usted para comer? ¿Quién le da los alimentos?
“Pues en veces voy pa’ allá
abajo y una señora me da una arepa y yo después se la pago. Por ejemplo;
ahorita voy a pagarle esta plata que le debo”, me enseñó un billete de 100bs y dos de 50bs. “Si
pago me quedan las puertas abiertas para volver a pedirle”.
¿Una
arepa diaria es lo que te comes?
“No, eso es en veces”,
refutó. Y a continuación explicó que de vez en cuando los trabajadores de un
taller cercano le dan algo para almorzar. “En veces me quedo sin almorzar
porque no me traen nada, usted sabe que la situación está apretada”.
¿Y
en las noches te acuestas sin cenar?
“Si es viernes, sábado o
domingo me meto allí a pedir plata”, señaló una licorería que se encuentra
justamente frente al cementerio. “Con eso me compro algo”. “En las noches Rafa
(Un joven de la comunidad que vende comida rápida) me salva y me da un pan”.
¿Consume
mucho bebidas alcohólicas?
“El día que yo no beba miche
me conseguirán por ahí tirado. Yo bebo miche todos los días pero usted nunca me
ha visto ni me va a ver borracho”. José Ernesto cuenta que hay días que se
siente mal y se toma algunos tragos de aguardiente y se le pasa. “Me echo tres
o cuatro tragos y me compongo”.
El sexagésimo labora en el cementerio (su misma casa) limpiando las tumbas. “Cada vez que viene alguien y quiere que le limpie la tumba de su familiar yo estoy disponible”.
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Foto: Robert Castellanos |
El sexagésimo labora en el cementerio (su misma casa) limpiando las tumbas. “Cada vez que viene alguien y quiere que le limpie la tumba de su familiar yo estoy disponible”.
¿Cuánto
cobras?
“200bs por cada tumba”. “Porai Porai” pide que
le paguen de una vez porque varias veces le han quedado mal.
¿Cómo
haces para ducharte?
“En veces me baño donde la
señora que me guarda la ropa. En la parte de atrás de su casa hay un espacio y
ahí y me baño; y en veces me bañó allá”, me dijo; señalando unas matas de coco
que se encuentran muy adentro del cementerio. “Allá hay una manguera. Me baño
ahí, me pongo la misma ropa y después voy a cambiarme”.
¿Tienes
bastante ropa?
Asintió. “Sí, sí tengo una
ropita”.
José Ernesto Campos (nombre
ficticio), añadió que desde que habita en el camposanto, nunca han llegado los
familiares de la tumba donde él duerme. Además confiesa no sentir miedo. “Creo
en Dios y en esto”, me mostró una cruz tatuada en la parte interna de su
antebrazo derecho.
El nacido en el norte del
estado Mérida narró que una vez llegaron a buscarlo para llevárselo a un
Centro de Rehabilitación ubicado en Carvajal.
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Foto: Robert Castellanos |
Estaba afuera del
cementerio, compartiendo tragos con otro limpiador de tumbas cuando llegaron en
una camioneta y le preguntaron que si estaba listo para irse. Él dijo que no
porque más tarde había un entierro y debía trabajar. “Si quieren vienen mañana”,
respondió. Al día siguiente fueron por él y cedió pero con condiciones. “Si no
me gusta me traen de nuevo”, ordenó.
.
Los que vinieron por el
señor Campos aceptaron aquella condición pero le hicieron caso omiso. Al llegar
al Centro de Rehabilitación, “Porai Porai”
afirma que cerraron las puertas con candados.
“Allá me estuve 33 días pero
yo no soporto estar encerrado, así que me vine”.
¿Cómo
hizo para que lo dejaran salir?
El anciano al escuchar la
pregunta levanta su bastón y simula como si estuviera reviviendo el momento y
dice “Le dije a la secretaria: o me da la boleta de salida para salir por el
frente o salgo mañana por el periódico”.
Mantuvo un temperamento de
enojo y, para desviar el tema, le pregunté acerca de su documentación. Me
mostró una copia de cédula ilegible y segundos más tarde me enseñó su cédula, que
por su fecha de vencimiento supe que la sacó en el año 2015.
Me dijo entre risas… “no
creo que llegue a estar vivo de aquí a que se venza”….
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Foto: Robert Castellanos |
Es esta la historia de un
señor que todas las mañanas da los buenos días a quienes se acercan a la parada
de buses que está afuera del cementerio y que aunque mantiene una apariencia
entristecida, demuestra que no hay que disponer de mucho para sentirse bien y
sonreírle a la vida a pesar de vivir
entre difuntos.