sábado, 9 de enero de 2016

¿A dónde se fueron los valores trujillanos?

Cortesía: fucsia.cl
Desde el más pequeño hasta el más grande ha demostrado y certificado con hechos a cualquier foráneo que nos visite que nuestra esencia de ser gentiles y respetuosos lo llevamos en nuestra sangre, pero últimamente han acontecido situaciones que ponen en duda la opinión que tienen acerca del lugar que sirvió de aposento para el abrazo de Bolívar y Morillo.

Muchas personas han emigrado a las grandes ciudades de Venezuela para buscar campo de trabajo, un mejor porvenir o simplemente para aventurarse, dejando como resultado, al regresar después de un largo tiempo a su tierra natal, personas con nuevas costumbres, hasta la forma de hablar cambia y nuevos términos coloquiales son adquiridos.

Aunque se vayan y estén en el mismo país; se presenta el caso particular de Venezuela que tiene un dialecto, una gastronomía y estilos de vidas que varían de un estado a otro.

Cuando una persona se va por un período extenso ocurre un proceso de aculturación, adaptando cosas de otras ciudades a su propia cultura, lo que crea en su pueblo una fusión multicultural y por tanto nos vamos contagiando de nuevas cosas y poco a poco perdemos nuestra identidad.

No es sólo esto, es también la falta de interés, al no enseñarles a nuestros niños lo que de pequeños nos enseñaron a nosotros: a esperar que terminen de hablar para nosotros poder opinar, a pedir permiso cuando se pasa por el medio de dos personas que hablan, a no ser muchachos mal mandados, es decir que cuando nos piden un favor de una vez lo hacemos, al saludar cuando llegamos a algún lugar, y por sobre todas las cosas a respetar a las personas mayores.
Cortesía: entrefilosybalas.blogspot.com

Los pueblos han ido creciendo y comercializándose, varios hasta convirtiéndose en ciudades, dejando a un lado la vida campestre.

Nos vamos civilizando cada vez más y eso también hace que nuestros ritmos de vida sean muy agitados, porque hay más tráfico, las personas tienen muchas cosas por hacer y casi no tienen tiempo para detenerse por un segundo a pensar en el que está a su lado, ni en quien está necesitando ayuda a su alrededor.

Pasan tantas cosas por nuestra cabeza que vamos en modo avión y se nos pasa dar los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches. Ya tratar a un adulto mayor o a un desconocido de usted no es común, no hay espacio para tener preferencia por edad ni por discapacidad.

Todavía quedan esos pueblos dignos de admirar que le prestan la debida atención a los demás, con ritmos cotidianos no tan acelerados, en donde tú vas y te reciben con cordialidad y aún son serviciales, donde no importa las condiciones en las que viven; pero siempre tienen algo que ofrecerte para que te sientas cómodo. Esa gente pueblerina del estado Trujillo aún nos dan las esperanzas de que no todo se ha perdido en las personas.
Autor: Gladys Zambrano 

A la gente de los pueblos de Trujillo, el apego y el amor a sus tierras el sentido de pertenencia, no tener deseos de irse, sino de progresar, es lo que hace que de generación en generación se transmita ese mismo sentimiento de no querer cambiar el estilo de vida que les han inculcado y eso produce que se mantenga el calor tan puro del trujillano en esos lugares.


Pensemos en quienes éramos y como somos, rescatemos nuestra esencia, no es cuestión de sentarnos a reprocharnos, es de conseguir de nuevo quienes somos y recordar nuestras raíces.