Referencia |
Para los trujillanos es difícil
imaginarnos sin la vibrante Valera, la ciudad comercial de nuestro estado que
es epicentro comercial y recreativo para los habitantes de esta región. Sin embargo
una terrible epidemia ocurrida en 1853 casi hace desaparecer a la urbe de doña
Mercedes Díaz.
La situación
política en Venezuela para el año 1853 estaba en punto de ebullición.
Preocupado por la inestabilidad del gobierno del general José Tadeo Monagas, el
doctor Nicanor Correa decide dejar la
capital del país y volver a su Mérida natal, un lugar más apacible, lejos de
los levantamientos de sable de la ciudad.
Por su paso
a la Ciudad de los Caballeros, un buque lo lleva a Maracaibo donde permanece
algunos días. Luego llega a La Ceiba para así seguir su caminar a Mérida.
Correa no imaginaba que en su paso por Sabana de Mendoza y luego a Betijoque
caería enfermo. Es llevado de emergencia a Valera para recibir los cuidados
médicos necesarios.
El 15 de abril
de 1853 llega el doctor Correa a la urbe de Mercedes Díaz, una ciudad que
apenas contaba con tan sólo 33 años de ser fundada. Lo que ninguno sabía es que
aquel merideño había contraído la fiebre amarilla en Maracaibo, una enfermedad
que prometía dejar sin habitantes a Valera.
A los pocos
días el merideño muere en Valera, es enterrado en el antiguo cementerio (cerca
del actual Hospital) donde recibe cristiana sepultura. La leyenda cuenta que
fue enterrado a baja profundidad y que los cerdos y perros hicieron fiesta con
el visitante enfermo.
Calle Real de Valera y antigua iglesia de la localidad. |
La enfermedad cobra a sus primeras víctimas, los vecinos del señor Maya, lugar donde se hospedó el fallecido son las primeras víctimas de la fiebre amarilla. La familia de la señora Socorro Labastidas muere por completo sin dejar herederos, y así ocurre con el italiano Giusseppe Campeche, con niños que jugando en la calle caían enfermos y con personas que sin saberlo morían al saber que tenían la terrible enfermedad.
Casos como
el de la doméstica Espiritusanto Jugo, quien saliendo a las nueve de la noche
de su trabajo la muerte la encuentra primero. Es encontrada muerta en la calle
de la ciudad. Concepción Guédez que murió jugando a la pelota y muchos más se
van alargando a una suma innumerable que obliga a Juan Bautista Carrillo a declarar desde Trujillo una emergencia regional.
El doctor
Diego Bustillos se fue delante de aquellos que decían a los cuatro vientos que
era una maldición de los cielos. Estaba seguro que Valera se encontraba ante un
brote de fiebre amarilla.
Juan Bautista Carrillo y Diego Bustillos/ Créditos Rafael Castellanos |
El centro de la ciudad queda vació, específicamente la Calle Real (hoy Avenida 10), los trabajadores dejan sus puestos con la mercancía y huyen despavoridos a otros territorios aledaños, lejos de la enfermedad. Los malhechores aprovechan la situación, pero la enfermedad les roba la vida primero.
El consumo
de agua es prohibido, sólo se permite el vino, algunas familias huyen, otros
prefieren mantenerse en la ciudad, la situación se muestra triste. Al llegar el
mes de junio, Valera es un cementerio vivo, un terremoto en Oriente acaba con
la vida de 500 personas, una enfermedad acaba con los andinos.
Carvajal,
Escuque, Mendoza, Trujillo, Motatán, son los lugares escogidos por aquellos que
huían a caballo y a pie. El padre José de Jesús Viloria propone una procesión desde
Carvajal para recibir perdón divino, sin embargo una lluvia acaba con los
sueños de 40 de 300 personas que participaron. La enfermedad volvió a jugar con
la vida de otros trujillanos.
Seis meses
arropó la fiebre amarilla a Valera, la abnegación del doctor Bustillos jugó un
papel fundamental. Luego llegaría otra epidemia, el de la Viruela brava en la
que también murieron muchas víctimas. Sin embargo Valera logró sobrevivir a
todos estos flagelos y cada vez está más cerca de cumplir su bicentenario.
Con información del libro Historia
Trujillana de Benigno Contreras.