martes, 14 de febrero de 2017

La terrible epidemia que casi hace desaparecer a la ciudad de Valera

Referencia

Para los trujillanos es difícil imaginarnos sin la vibrante Valera, la ciudad comercial de nuestro estado que es epicentro comercial y recreativo para los habitantes de esta región. Sin embargo una terrible epidemia ocurrida en 1853 casi hace desaparecer a la urbe de doña Mercedes Díaz.

La situación política en Venezuela para el año 1853 estaba en punto de ebullición. Preocupado por la inestabilidad del gobierno del general José Tadeo Monagas, el doctor  Nicanor Correa decide dejar la capital del país y volver a su Mérida natal, un lugar más apacible, lejos de los levantamientos de sable de la ciudad.

Por su paso a la Ciudad de los Caballeros, un buque lo lleva a Maracaibo donde permanece algunos días. Luego llega a La Ceiba para así seguir su caminar a Mérida. Correa no imaginaba que en su paso por Sabana de Mendoza y luego a Betijoque caería enfermo. Es llevado de emergencia a Valera para recibir los cuidados médicos necesarios.

El 15 de abril de 1853 llega el doctor Correa a la urbe de Mercedes Díaz, una ciudad que apenas contaba con tan sólo 33 años de ser fundada. Lo que ninguno sabía es que aquel merideño había contraído la fiebre amarilla en Maracaibo, una enfermedad que prometía dejar sin habitantes a Valera.

A los pocos días el merideño muere en Valera, es enterrado en el antiguo cementerio (cerca del actual Hospital) donde recibe cristiana sepultura. La leyenda cuenta que fue enterrado a baja profundidad y que los cerdos y perros hicieron fiesta con el visitante enfermo.

Calle Real de Valera y antigua iglesia de la localidad.

La enfermedad cobra a sus primeras víctimas, los vecinos del señor Maya, lugar donde se hospedó el fallecido son las primeras víctimas de la fiebre amarilla. La familia de la señora Socorro Labastidas muere por completo sin dejar herederos, y así ocurre con el italiano Giusseppe Campeche, con niños que jugando en la calle caían enfermos y con personas que sin saberlo morían al saber que tenían la terrible enfermedad.

Casos como el de la doméstica Espiritusanto Jugo, quien saliendo a las nueve de la noche de su trabajo la muerte la encuentra primero. Es encontrada muerta en la calle de la ciudad. Concepción Guédez que murió jugando a la pelota y muchos más se van alargando a una suma innumerable que obliga a  Juan Bautista Carrillo a declarar desde Trujillo una emergencia regional.

El doctor Diego Bustillos se fue delante de aquellos que decían a los cuatro vientos que era una maldición de los cielos. Estaba seguro que Valera se encontraba ante un brote de fiebre amarilla.

Juan Bautista Carrillo y Diego Bustillos/ Créditos Rafael Castellanos

El centro de la ciudad queda vació, específicamente la Calle Real (hoy Avenida 10), los trabajadores dejan sus puestos con la mercancía y huyen despavoridos a otros territorios aledaños, lejos de la enfermedad. Los malhechores aprovechan la situación, pero la enfermedad les roba la vida primero.

El consumo de agua es prohibido, sólo se permite el vino, algunas familias huyen, otros prefieren mantenerse en la ciudad, la situación se muestra triste. Al llegar el mes de junio, Valera es un cementerio vivo, un terremoto en Oriente acaba con la vida de 500 personas, una enfermedad acaba con los andinos.

Carvajal, Escuque, Mendoza, Trujillo, Motatán, son los lugares escogidos por aquellos que huían a caballo y a pie. El padre José de Jesús Viloria propone una procesión desde Carvajal para recibir perdón divino, sin embargo una lluvia acaba con los sueños de 40 de 300 personas que participaron. La enfermedad volvió a jugar con la vida de otros trujillanos.

Seis meses arropó la fiebre amarilla a Valera, la abnegación del doctor Bustillos jugó un papel fundamental. Luego llegaría otra epidemia, el de la Viruela brava en la que también murieron muchas víctimas. Sin embargo Valera logró sobrevivir a todos estos flagelos y cada vez está más cerca de cumplir su bicentenario.

Con información del libro Historia Trujillana de Benigno Contreras.