EL CALOR NAVIDEÑO
DE NUESTROS HOGARES
Nuestra Navidad es una Navidad a la venezolana, pero con
variantes propias de nuestra región que la dan su sabor y encanto
particular. Esta suele girar en torno a
los hogares maternos, centro de irradiación y encuentro de los familiares
cercanos y lejanos.
El pesebre navideño, con sus montañas, cerros, lagunas,
ovejas, frailejones, sus pastores, el pequeño recién nacido, Jesús, su madre María,
su padre José y los exóticos Reyes magos, es el referente por excelencia a la
entrada de la típica casa trujillana en tiempos pascueros.
Esta estampa creada por San Francisco de Asís, en el siglo
XIII, conmemora la natividad de Jesús de Nazareth, niño Dios, y el arribo de
los pastores bajo el anuncio de la estrella de Belén y posteriormente de los Reyes Magos, portadores
de mensajes de las tierras más recónditas.
LA NAVIDAD EN TIEMPOS MAS RECIENTES
Como una influencia más reciente vemos aparecer el enhiesto árbol
verde, el pino navideño, con sus adornos embrujadores, sus luces, su esplendor,
con los regalos al pie que conmueven los corazones infantiles.
Este árbol, contrario a lo que muchos piensan, no es un
símbolo superficial tan sólo promovido con fines mercantiles para el consumo de
la época, sino que representa el gran símbolo de la inmarcesible naturaleza
frente al enceguecedor invierno de las regiones boreales.
Este símbolo nórdico se asocia al fuego, ya sea como fogata u
hogar (que así se llama desde tiempos antiguos el fuego en la chimenea o
nuestro otrora popular fogón), pero también a toda una simbología europea de
Santa Claus, los renos, las maravillosas formas de la nieve…
OLOR Y SABOR A NAVIDAD
Nuestra Navidad también destaca principalmente por las
comidas que se suelen compartir:
hallacas, su originalidad andina, con el garbanzo antiguamente alimento
común en nuestras montañas, la generosa papa, la solar zanahoria, el encendido
verdirojo pimentón, cultivandos en esta tierra.
Además, de las hallacas con carne de res y de cerdo, se
acostumbran hacer los tungos (bollos de maíz envueltos en las hojas de piñuela),
las hallaquitas de caraotas, la ensalada de gallina, el pernil, el caraqueño
pan de jamòn y el infaltable picante trujillano a base de ají chirere,
diablitos, “venado” o flores y penca tierna de maguey.
Otros componentes navideños varían según el pueblo, la aldea,
la familia, o el toque personal de quien elabora la comida, como parte de
nuestra extraordinaria diversidad cultural, de las influencias contemporáneas y
de la incesante creatividad humana.
CUANDO LA NAVIDAD TOMA LAS CALLES TRUJILLANAS
Estos símbolos atractivos y profundos, aunque algunos no lo
crean, es decir la Natividad, su pesebre, el pino, la ambientación de las
regiones circumpolares, la gastronomía de la época, las bebidas compartidas,
los bailes, son los elementos que vienen a nuestra mente al pensar en nuestra
Navidad.
Pero existen otros poderosos símbolos a los que no le hemos
conferido su auténtico lugar en nuestra imaginación navideña. Son las grandes fiestas decembrinas que de
modo mágico desbordan las calles de algunos de nuestros pueblos y aldeas como
una forma de resistencia o resiliencia cultural y de comunión espiritual.
Son los Giros de San Benito con su danzar maravilloso en La
Mesa de Esnujaque y en el páramo merideño; o los abigarrados Pastores del Niño
Dios de San Miguel de Boconò, con su devoción y con su gracia colorida al igual
que la bajada de los Niños en Santiago y Cabimbù como Pastores del Niño Jesùs.
Tambièn se prodigan las Locainas de Bolivia y Santa Ana, con
las Buscas, Paradas y Serenadas al Niño perdìo en Niquitao, Tostòs y casi todos
pueblos, los desaparecidos Enanos de la Calenda de Trujillo, con sus juegos parateatrales y
su musicar y cantar autóctonos.
Estas fiestas, propias del solsticio de invierno, que se
inicia hacia el 21 y 22 de diciembre, de remota carnalidad aborigen, en
homenaje al sol, a su retorno vivificante, con su influencia africana con el
Santo negro y con la referencia del nacimiento del Niño Jesús, son esencia
simbólica nuestra.
Deberían estar presentes como símbolos de una Navidad más
antigua, sencilla, raigal, campesina y pueblera nuestra que no debe ser
olvidada. Hay allí un tesoro de saberes, historias, arquetipos y sueños que
pueden nutrir no sólo la memoria sino la imaginación activa de este ser siendo
indetenible que somos.
Wilfrido Gonzàlez Rosario