En
Pampanito lo conocieron como "El Loco Pernía". En verdad, no sabían
si era loco o adivino. Ya tenía su fama ganada, establecida y consolidada,
mucho tiempo antes que el poeta José "Pepe" Barroeta lo esparciera en
su bello poema titulado: "Un Loco", dejándolo inmortalizado en los
siguientes versos: "Cuando el loco Pernía se vino caminando/ desde Cabimas
hasta el Pueblo/ -trescientos Son los Kilómetros que separan/ un punto de
otro-,/ halló las aguas del Motatán crecidas./ Miró un inmenso árbol que arrancado
de cuajo/ por la tempestad del día/ daba sus hojas muertas al paisaje del
mundo,/ y dijo:/ "este árbol es el espíritu vegetal/ de la mujer que no he
tenido nunca",/ y con el goce de quien encuentra no formas/ sino sentidos
en la cruz,/ se lo hechó a cuestas y solito lo llevó hasta/ el pueblo. Y luego
de sembrarlo en la casa/ de una de sus hermanas que lo amaba por loco,/ se
marchó volando con él, entre las hojas."
La
verdad es que el loco Pernía se merecía esa relevancia en la poesía. Era un
personaje pintoresco, misterioso y espectacular. Hacía cosas que no eran
comunes, y hacía el esfuerzo por lograr esa distinción. Todo comenzó, con el
embrujo de los adivinos, desde la primera vez que sus ojos de niño vieron
llegar el circo a Pampanito. Desde ese momento quiso ser un mago.
Una
mañana, que parecía muy normal, le pidió una taza de café a Hipólita Barroeta
(Doña Polita), y le fue servida sin amasijos. Las ollas vacías. Nada que comer.
Ese
día recordó al mago del circo, aquél insólito acto asombroso cuando se quitó el
sombrero y salieron varias palomas volando. En secreto, ese acto de magia, el
loco Pernía nunca lo aprendió. Pero como cada loco tiene su tema, desde ese día
agarró la bella locura de usar un sombrero de mago. Se convirtió en un mago de
la vida, hizo muchos amigos, además, hizo compadre al Jefe Civil.
Atropellado
por los bostezos del hambre, —sin servir en estos casos el sombrero—, sacó de
una bolsa negra una gallina pechugona. Los gruñidos del estómago
desaparecieron. Y el Jefe Civil, su compadre, daba fe que todas las hojas de su
despacho estaban impecables.
Todos
comentaban que el Loco Pernía era un mago. Un adivino. Un loco. La última vez
que lo vieron, fueron algunos vecinos que se montaron en el transporte que
venía de Trujillo con rumbo a Maracaibo. Lo vieron parado en la Plaza Bolívar
de Pampanito. Y cuando se marcharon, y pasaron por Motatán, dicen y aseguran,
que también lo vieron en ese poblado. Y al final, cuando iban por Cabimas,
vieron en la orilla de la vía solamente su sombrero. Y alrededor, volaba una
paloma.
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GREGORIO
RIVEROS.
Del
libro "Cuentos Pequeños"