(Trabajo leído el viernes 11 de marzo del 2016, en Skuke, en su homenaje)
Fotografía: http://www.correodelorinoco.gob.ve/ |
Trujillo tiene la peculiaridad de tener
tanto exuberantes montañas, como buenos poetas o hermosos pájaros, son lo mismo.
Y hablando de poetas o pájaros y montañas, la reciente muerte del “Viejo Lobo” Ramón Palomares, nos
resulta la deforestación agreste de las montañas trujillanas, una gran pérdida para la literatura,
para Venezuela y el mundo. Oriundo de Skuke,
El paisano poeta (como lo llama
Juancho Barreto), forma parte de ese linaje de criaturas sentimentales cuya mirada es
la de un niño, la de un ingenuo, viejo lobo, sus poemas nos transportan en un
viaje por la palabra hacia la pureza y asombro del universo.
Debo decir que tuve la suerte de
conocerlo en los andares poéticos que nos embriagan a quienes escribimos los
gritos de los vientos, en la Cuarta Bienal de Literatura, que lleva su nombre,
realizada en Boconó, en el año 2011. Ramón Palomares es uno de los poetas donde
la ebriedad iluminada, la sapiencia-lenguaje del campesino y la videncia
poética se entrelazan en trinidad cosmogónica, creando un estilo original,
nutrido y fluido, poesía a lo Palomares. En sus textos la palabra se muestra
como intuición, con profundidad telúrica, en la extensión de los sentidos, mostrando su experiencia íntima
con el mundo, su nación es el lenguaje, la escritura es su camino.
Una muy marcada tendencia nativista
define la poesía de Ramón Palomares, con toda seguridad fue un gran erudito de
la literatura Prehispánica, en palabras de Luis Alberto Crespo: “Una vez referíamos la cercanía que une esta
poesía a las voces precolombinas y a la manera mágica de nombrar a los
chamanes, donde la frase acerca a lo distante y lo enigmático, interrumpiendo
la contradicción del mundo exterior e interior mediante la posesión por la
boca que dice lo sagrado aún en la mudez
y por los ojos que ven dormidos”. Ramón Palomares y la poesía del mundo mágico,
Revista Nacional de Cultura, 1975. “Elegía
a la muerte de mi padre”, es un rito de iniciación del padre e hijo (algo muy presente
en nuestras culturas ancestrales) que conlleva a pasajes por la muerte
naturalmente, para que suceda algo, lo que existía antes, debe morir. El poeta
siente la muerte, la entiende, la percibe a través de su padre:
Tu padre ha muerto, más nunca habrás de
verlo.
Ábrele los ojos por última vez
Y huélelo y tócalo por última vez.
Con la terrible mano tuya recórrelo
Y huélelo como siguiendo el rastro de su
muerte
Y entreábrele los ojos por si pudieras
Mirar
adonde ahora se encuentra.
En estos versos se inicia el rito, y
es el encuentro con la muerte en sí, la voz del narrador funge de chamán,
guiándolo, diciéndole que hacer para adueñarse de la muerte y que comience a
morir lo que tiene que morir. Nuestras culturas ancestrales siempre han visto
la muerte como una transfiguración y elevación del alma con el universo, lo que
nos reafirma la presencia nativista en su poesía. Más adelante en el mismo
poema:
Ya los
gavilanes han dejado su garra en la cumbre
Y en el aire
dejaron pedazos de sus alas,
Con una sombra
triste y dura se perdieron
Como
amenazando la noche con sus picos rojos.
Las potentes
mandíbulas del jaguar se han abandonado
A la noche se
han abandonado como corderos
O como mansos
puercos pintados de arroyos;
Vélos abrirse
paso en el fondo del bosque
Junto a los ríos que buscan su lecho subterráneo.
Intervienen los seres de la
naturaleza, se asombran debido al acaecimiento, las criaturas perciben la
transformación, se ven ligados a ésta, en una aglomeración absoluta que baraja
al animal en su medio, que los aglutina. Y es ese fluir onírico al reino de los
muertos, un río que busca su lecho en las profundidades de la tierra, el poema
tiene como fin, llevarnos al inframundo, como lo harían nuestros ancestros. Quien narra,
como dije antes es un chamán, y es quien guía el viaje:
Y de esos
mirtos y de esas rosas blancas
Toma el
perfume entre las manos y échalo lejos,
Lejos, donde haya un hacha y un árbol derribado.
Pide que eche el perfume de las
flores, para laurear al árbol caído, para ir dejando progresivamente la muerte
entre los hechos que no serán más. La muerte no tiene regreso, ni escapatoria,
por eso hace ver inapelable la penumbra de los versos siguientes:
Ya entró la
terrible oscuridad
Y con sus
inexorables potencias cubre las bahías
Y hunde las aldeas en su vientre peludo.
Nos propone exactamente un poder
superior que todo lo arropa, que es muerte y a la vez nacimiento, en una
iniciación a la muerte desde la imagen del vientre peludo. El padre expuesto en
toda su hecatombe. La imagen suprema a la que todos los seres se transportan cuando
culmina esta vida y se hacen uno con el todo.
Su poesía es testimonio de la
sensibilidad que inunda al poeta, de un hombre y su temporalidad, de un hombre
y el imaginario, con sus modos de decir, donde convoca la infancia y el
asombro, la muerte y sus sueños más íntimos, las metáforas de la naturaleza y
la historia, la profundidad del cosmos y la belleza de los animales, sobre el
lienzo del lenguaje, nos dibuja imágenes que perduraran en nuestra memoria y
harán eco en nuestras vidas. Ramón Palomares se encuentra ya en El Reino, a
plenitud, desbordando sobre nosotros una ofrenda incesante de cósmica pureza
poética: “Saludos, precioso pájaro”.