Queridos
lectores, quiero disculparme con ustedes, pues los he abandonado un extenso
intervalo de tiempo, el cual he empleado para satisfacer mi necesidad de ocio (sí, he sido esgoista), mi
hambre de cocuy, sanjonero, ron, cerveza, en fin, néctar de poesía; confieso
que he rayado en “vago”, al no continuar publicando mi acostumbrada crónica (o
intento de ella), pero al parecer, Diógenes, Bukowski, “El Chino”, y otros tantos
se juntaron en esencia imperante sobre mis conductas; debo expresar que: aquello
de: “sexo, drogas y rock and roll” no es la mejor filosofía de vida, pero ¡valla
que se disfruta!. No os preocupéis amigos míos, mis peculiares lectores, aun
impera en mí, una necesidad más grande que las anteriormente invocadas: escribir
para ustedes, escribir para la vida, escribir.
Para
iniciar mis publicaciones, quiero hacerlo con un pequeño trabajo sobre una
excelente muestra o exposición fotográfica liderada por un amigo, Manuel González,
con quien quiero disculparme, ya que este trabajo se lo tenía prometido hace un
buen tiempo. Artista tremendo, instructor de fotografía, Manuel ha ideado la exposición:
“UNA VIDA, VARIA VISIONES: ISNOTÚ” (el cual le da nombre a parte del título de
mi trabajo), y como artistas, los alumnos y aventajados fotógrafos de uno de
sus talleres de fotografía.
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Fotografiar es capturar ese pedacito
de tiempo que no será más, no es la mirada en sí misma, es una forma compleja
de mirar, resultado de una constante inmersión en las eventualidades (sean
cuales sean) de un momento determinado. El fotógrafo se convierte entonces en
un inmortalizador del instante, tomando el universo tal cual lo encuentra, es un cronista de la imagen.
Enmarcada en el icono
religioso-cultural por excelencia del trujillano: El Santuario del Dr. José
Gregorio Hernández, ésta muestra fotográfica delibera sin cesar verdades
ocultas a simple vista, el fervor de los feligreses, fragmentos inolvidables y
detallados de la realdad, comprometidos socialmente con la devoción del que
asiste al templo a prometerle al médico de los pobres un sacrificio, para que
este le conceda un milagro y de esta forma aliviar sus males. Se puede sentir
la el dinamismo, la ligereza del pestañeo, emulsionado en la candidez onírica
de la imagen.
La
manera de mirar de estos jóvenes fotógrafos (promesas de la fotografía
trujillana) es un tanto particular, nos ofrecen la impresión de que el contexto
es en esencia carente de límites, es un viaje en el tiempo y espacio,
fundamentalmente contrastado con las ideas complejas de la realidad, una
realidad desde lo más íntimo del quehacer poético-fotográfico. Sin duda están
bien encaminados hacia el mundo de la fotografía. Capturar la inocencia del
instante puede resultar extremadamente embarazoso, pero si se es un fotógrafo natural,
no hay de qué preocuparse. Éstas son algunas de la fotografías de los talleristas de Manuel.