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Su muerte trajo consigo el entierro
más grande jamás visto en la Venezuela del siglo XX. Llevó al país al primer
juicio de accidente automovilístico y movilizó a miles de personas a buscar la
aureola de santidad para el nativo de Isnotú
Mediodía del
29 de Junio de 1919. La Caracas de los techos rojos era testigo de un accidente
que daba por finalizada la peregrinación de José Gregorio Hernández por este
mundo, y abría, un camino de milagros y oraciones para el venezolano más
importante del siglo XX.
Un doctor de
54 años era arrollado por automóvil mientras buscaba medicinas para una anciana
que era su paciente. El hombre tras el volante era Fernando Bustamante, quién
había pedido al Venerable ser padrino de su hijo pronto a nacer.
La muerte de
José Gregorio Hernández quedará plasmada como un hecho que cambió a Caracas, y
que tiene algunas pinceladas de divinidad y misterio que aún dejan
impresionados a los millones de fieles esparcidos por Venezuela y parte de
Latinoamérica.
Ofreció su vida por el fin de la
Primera Guerra Mundial
José
Gregorio Hernández estaba dispuesto a ofrecer su vida por el fin del conflicto
más sanguinario jamás visto en el mundo de aquella época.
Los Aliados
y las Potencias Centrales firmaron el 28 de Junio y luego de seis meses de negociaciones el tratado de Versalles que ponía fin a la I Guerra Mundial. Éste hecho ocurrió en París un día antes de la muerte de Hernández.
Un amigo de
Hernández pasó a visitarlo y al ver al Siervo de Dios alegre preguntó a qué se
debía tanto gozo. El médico respondió sentirse feliz por la finalización del
conflicto bélico.
El amigo
también celebró la noticia y Hernández en tono más bajo le dijo “Voy a
confesarle algo: Yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… Ésta ya
se dio, así que ahora solo falta…”
Un susto
entró en el cuerpo del compañero quien nunca imaginó que esa tarde José
Gregorio Hernández decía adiós al mundo donde le tocó vivir.
Su entierro fue uno de los más
grandes del Siglo XX
Cortesía: La Venezuela Inmortal |
Miles de
caraqueños se apostaron en las calles para dar el último adiós al que fuera
profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Muchos
consideran el entierro de Hernández como el más grande ocurrido en la historia
del país hasta 2013, cuando fallece el presidente Hugo Chávez.
Miles de
coronas adornaban su tumba, y en los brazos del pueblo fue llevado hasta el
cementerio del sur el que trajera el primer microscopio a Venezuela.
El juicio luego de su muerte
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Ya habían
ocurrido dos accidentes de tránsito en aquella Venezuela agraria, pero el de
Hernández sería el primero en causar una muerte. El juicio realizado a Fernando
Bustamante fue el primero realizado en el país por este motivo.
Las leyes no
contemplaban las muertes por éste tipo de vehículos. De lo que muchos no
dudaban era que Bustamante quien sería compadre del trujillano debía pagar por
lo ocurrido.
La familia
Hernández pidió detener el juicio y liberar al mecánico. Para ellos el
accidente había ocurrido sin ninguna intención delictuosa. Y estaban seguros
que eran designios divinos.
El 11 de
febrero de 1920 Fernando Bustamante fue liberado de la cárcel. Moriría a los 90 años.
Murió haciendo lo que más amaba:
Servir al otro
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La muerte
sorprende a Hernández mientras compraba algunas medicinas para una anciana que
era su paciente. No era la primera vez que esto ocurría, aunque sí sería la
última.
Hernández
era muy clemente con aquellos que no tenían el dinero suficiente. Era una
Caracas pobre, de personas dolientes que buscaban de algún medio intenta calmar
dolores y achaques.
El médico de
los pobres tuvo como paciente a “Juancho Gómez” hermano de Juan Vicente Gómez, quien luego de ser tratado
ofreció al doctor una módica cantidad por sus servicios. Hernández de manera
decente pero recta aseguró que sólo cobraba 5 bolívares por consulta y que por
esa razón debían pagarle 15 bolívares. Sorprendidos decidieron hacer caso la decisión del doctor.
Su muerte abrió el camino para su
santidad
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Según
Evangelina Páez quien estaba sentada en el ventanal de su casa y presenció el
último momento de la vida de Hernández, sus últimas palabras fueron “¡Virgen
Santísima!” no es extraño en un hombre con una madura vocación religiosa.
José
Gregorio Hernández intentó en dos ocasiones entregarse a la vida monasterial.
En ambas tuvo que desistir por problemas de salud. Parecía que estaba destinado
a otra misión: sanar las heridas de los pobres caraqueños.
El día de su
entierro la gente exclamaba “¡Ha muerto un santo!”.
Decenas de
miles de placas de agradecimiento se muestran en el que fuera su hogar en
Isnotú, y que hoy día sirve de santuario para miles de peregrinos que van a
pagar promesas.
Hernández es
sin duda uno de los personajes más conocidos del país. Un hombre con amplio
carácter científico, apegado a sus valores cristianos y con una nobleza que le
han valido ser hasta el día de hoy el doctor de cabecera de millones de
venezolanos.