sábado, 27 de junio de 2015

7 Costumbres que conoce sólo aquel que tiene o tuvo una abuela trujillana


Ellas  son las herederas de una cultura cultivada en las montañas andinas. De niños, sus dichos y saberes la convertían en nuestro ejemplo a seguir. Con el paso del tiempo descubrimos que el dicho “más sabe el diablo por viejo que por diablo” cobraba vida en los ríos sedimentados que adornaban sus caras. Hoy te mostramos parte de las costumbres de las “matronas” de Trujillo

La vela para las ánimas era obligatoria todos los lunes

Los lunes en la noche la llama de la vela alumbraba el cuarto o el lugar elegido para pedir por las ánimas del purgatorio. Una costumbre que no podía ser interrumpida sin previo aviso a los muertos.

Con el tiempo la lista iba en aumento, y la vela debía cubrir las peticiones de los familiares y amigos fallecidos en 30 y hasta 40 años.

Las abuelas trujillanas aunque a veces olvidan donde dejaron algunas cosas, son hábiles para saber el nombre de todos sus familiares muertos.

No te podías parar de la mesa si no te comías toda la comida

El alimento diario era un bien sagrado para ellas. Intentar dejar el plato con comida era un pecado familiar que debía ser pagado tragando hasta el último bocado que intentaste no digerir.

Muchas de nuestras abuelas vivieron en el campo, conocieron de cerca la pobreza, y los pasos de la Venezuela agrícola a la petrolera.

Es entendible el por qué eran tan delicadas al momento de dejar comida fuera de nuestros estómagos.

“Santa Bárbara Bendita quita, el agua y pon el sol” la oración contra los desastres naturales

Cuando una borrasca azotaba los pequeños pueblos de la geografía trujillana, las abuelas como guerreras de la fe lanzaban en conjunto una oración eficaz contra los achaques de la madre naturaleza.

Si la tormenta amenazaba con llevarse los débiles techos de bahareque, una cruz hecha con cuchillo y tenedor y sal en la nevera, aplacaban la inclemencia de los vientos.

Al salir el sol, se quemaba palma bendita en agradecimiento al creador por no borrar al pueblo como lo hizo en tiempos de Noé.

Cocinaban las mejores hallacas del planeta

Las hallacas de la abuela, unían a todas las familias bajo el fuerte roble que soportó dolores de parto por amor a los suyos. El toque excepcional en el plato venezolano, los garbanzos, las pasas y el guiso armonizaban unas navidades llena de prosperidad.

Dirigía la tarea del difícil manjar navideño mientras amasaba la masa. Unos lavaban las hojas de plátano, otros amarraban y uno de los hijos prendía el fogón a leña. Su voz era respetada y su instinto era sagrado.

Cada abuela tenía las mejores manos del mundo para hacer hallacas. Arrugadas, desgastadas, olvidadas. Eran veneradas en navidad en sus casas, mientras al sonar el cañonazo del año nuevo, eran las manos benditas que apretaban nuestros rostros envueltos en lágrimas.

Una escoba detrás de la puerta o un vaso de agua al revés para evitar visitas indeseadas

Si era un día de hacer muchos oficios domésticos, las abuelas no dudaban en este ancestral truco que las mantenía protegida de vecinas chismosas, que hablaban más que un Presidente en cadena o que iban a detallar como detectives cada espacio de la casa.

La escoba no podía ser vista por nadie, de lo contario traería consigo problemas con algunos visitantes quienes se sentirían ofendidos ante lo visto.

La estrategia daba resultado si se pedía con fe y se anunciaba a toda voz el nombre de la persona. De no funcionar, se cerraba la puerta con llave.

Daban a sus nietos dinero como si se tratara de un Secreto de Estado

Para ellas cada año que pasaba la situación estaba peor. Por eso eran sabias a la hora de regalar dinero a sus nietos. Los llamaban a parte, preguntaban por las clases, y luego entregaban una pequeña cantidad de dinero con puño cerrado. “Pa’ que compre caramelos”.

Su crianza las obligaba a ser hábiles y silenciosas. No les gustaba que nadie se enterara de lo que hacían o entregaban. Los nietos felices de este gesto saltaban de alegría y terminaban gastando el dinero en la bodega más cercana.

Si tenías prohibido pedirle dinero a tu abuela “por consideración” y tus padres te descubrían.  Con una sola mirada ya sabías lo que te esperaba en casa

Al salir o despedirte te lanzaban un “Dios te bendiga” acompañado de una docena de santos

Siempre preocupadas, las abuelas trujillanas lanzaban una bendición cargada de amor con la señal de la cruz y una docena de santos que eran memorizados al pie de la letra.

Debían ser utilizados ante cualquier emergencia. Pedían a sus hijos que les avisaran cuando sus nietos llegaran, como leona salían a nuestra defensa si nuestros padres nos reprendían, así fuéramos culpable.

Eran nuestras confidentes, las que ocultaban nuestras rebeldías, las que con un “Dios te bendiga” llenaban nuestro corazón de cariño y nuestra alma de una brisa suave cargada de amor.


¿Qué otras costumbres recuerdas de tu abuela? Nos gustaría leerla en los comentarios