Ellas son las herederas de una cultura cultivada en
las montañas andinas. De niños, sus dichos y saberes la convertían en nuestro
ejemplo a seguir. Con el paso del tiempo descubrimos que el dicho “más sabe el
diablo por viejo que por diablo” cobraba vida en los ríos sedimentados que
adornaban sus caras. Hoy te mostramos parte de las costumbres de las “matronas”
de Trujillo
La vela para las ánimas era
obligatoria todos los lunes
Los lunes en
la noche la llama de la vela alumbraba el cuarto o el lugar elegido para pedir
por las ánimas del purgatorio. Una costumbre que no podía ser interrumpida sin
previo aviso a los muertos.
Con el
tiempo la lista iba en aumento, y la vela debía cubrir las peticiones de los
familiares y amigos fallecidos en 30 y hasta 40 años.
Las abuelas
trujillanas aunque a veces olvidan donde dejaron algunas cosas, son hábiles
para saber el nombre de todos sus familiares muertos.
No te podías parar de la mesa si no
te comías toda la comida
El alimento
diario era un bien sagrado para ellas. Intentar dejar el plato con comida era
un pecado familiar que debía ser pagado tragando hasta el último bocado que
intentaste no digerir.
Muchas de
nuestras abuelas vivieron en el campo, conocieron de cerca la pobreza, y los
pasos de la Venezuela agrícola a la petrolera.
Es
entendible el por qué eran tan delicadas al momento de dejar comida fuera de
nuestros estómagos.
“Santa Bárbara Bendita quita, el agua
y pon el sol” la oración contra los desastres naturales
Cuando una
borrasca azotaba los pequeños pueblos de la geografía trujillana, las abuelas
como guerreras de la fe lanzaban en conjunto una oración eficaz contra los
achaques de la madre naturaleza.
Si la
tormenta amenazaba con llevarse los débiles techos de bahareque, una cruz hecha
con cuchillo y tenedor y sal en la nevera, aplacaban la inclemencia de los
vientos.
Al salir el
sol, se quemaba palma bendita en agradecimiento al creador por no borrar al
pueblo como lo hizo en tiempos de Noé.
Cocinaban las mejores hallacas del
planeta
Las hallacas
de la abuela, unían a todas las familias bajo el fuerte roble que soportó
dolores de parto por amor a los suyos. El toque excepcional en el plato
venezolano, los garbanzos, las pasas y el guiso armonizaban unas navidades
llena de prosperidad.
Dirigía la
tarea del difícil manjar navideño mientras amasaba la masa. Unos lavaban las
hojas de plátano, otros amarraban y uno de los hijos prendía el fogón a leña.
Su voz era respetada y su instinto era sagrado.
Cada abuela
tenía las mejores manos del mundo para hacer hallacas. Arrugadas, desgastadas,
olvidadas. Eran veneradas en navidad en sus casas, mientras al sonar el
cañonazo del año nuevo, eran las manos benditas que apretaban nuestros rostros
envueltos en lágrimas.
Una escoba detrás de la puerta o un
vaso de agua al revés para evitar visitas indeseadas
Si era un
día de hacer muchos oficios domésticos, las abuelas no dudaban en este
ancestral truco que las mantenía protegida de vecinas chismosas, que hablaban
más que un Presidente en cadena o que iban a detallar como detectives cada
espacio de la casa.
La escoba no
podía ser vista por nadie, de lo contario traería consigo problemas con algunos
visitantes quienes se sentirían ofendidos ante lo visto.
La
estrategia daba resultado si se pedía con fe y se anunciaba a toda voz el
nombre de la persona. De no funcionar, se cerraba la puerta con llave.
Daban a sus nietos dinero como si se
tratara de un Secreto de Estado
Para ellas
cada año que pasaba la situación estaba peor. Por eso eran sabias a la hora de
regalar dinero a sus nietos. Los llamaban a parte, preguntaban por las clases,
y luego entregaban una pequeña cantidad de dinero con puño cerrado. “Pa’ que
compre caramelos”.
Su crianza
las obligaba a ser hábiles y silenciosas. No les gustaba que nadie se enterara
de lo que hacían o entregaban. Los nietos felices de este gesto saltaban de
alegría y terminaban gastando el dinero en la bodega más cercana.
Si tenías
prohibido pedirle dinero a tu abuela “por consideración” y tus padres te
descubrían. Con una sola mirada ya
sabías lo que te esperaba en casa
Al salir o despedirte te lanzaban un “Dios
te bendiga” acompañado de una docena de santos
Siempre
preocupadas, las abuelas trujillanas lanzaban una bendición cargada de amor con
la señal de la cruz y una docena de santos que eran memorizados al pie de la
letra.
Debían ser
utilizados ante cualquier emergencia. Pedían a sus hijos que les avisaran
cuando sus nietos llegaran, como leona salían a nuestra defensa si nuestros
padres nos reprendían, así fuéramos culpable.
Eran
nuestras confidentes, las que ocultaban nuestras rebeldías, las que con un “Dios
te bendiga” llenaban nuestro corazón de cariño y nuestra alma de una brisa
suave cargada de amor.
¿Qué otras costumbres recuerdas de tu
abuela? Nos gustaría leerla en los comentarios