Melanie Calistri/ECS
El
vapor de un día difícil se guardaba en la casa, denso y espeso como un atol,
gotas saladas brillaban en la cara de quien esperaba, ¿sudor o lágrimas? No se
sabría decir por un espectador externo, ya que como nuestros ancestros, solo la
luna y las velas iluminaban aquella noche.
A
muchos el sueño les rehuía, por las
molestias de quienes no tienen las bendiciones que conlleva la
electricidad; velaban cual centinela su retorno, algunos en sus patios, otros
en la calle… pero la noche no estaba tranquila, no eran grillos los que sonaban
a lo lejos, como era habitual, si no cacerolas y gritos que rompían la
rutinaria paz.
Las
cacerolas fueron precedidas por disparos, quizás de perdigones, se veía la luz
arropada por el humo a la distancia, pero no había nada claro que se
distinguiera.
Esa
noche las líneas fallaban, no solo la luz, nadie sabía qué ocurría, la quietud
de las tinieblas dejaban filtrar los rumores de los vecinos, que decían “Se
cansaron de esta guachafita” y “Ajam! Se prendió la cosa” pero habría que
esperar que el astro rey despertara, para saber el ¿Qué paso? Real de las
protestas nocturnas.
Al
tiempo como una tormenta que se acaba, todo se volvió apacible, como si nada
hubiera pasado, pero la luz no retorno ¿Estamos regresando a nuestras raíces o
involucionando nuestra calidad de vida?.