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Carvajal, vista aérea. |
Parte I
Yace
en las alturas, entre una formación de mesetas tan estrechas y largas que
parecen derrumbarse poco a poco, el río Jiménez por un costado, el Motatán por
el otro bañan el pueblo, sí, pueblo con intenciones de ciudad, a sabiendas de
su cancerígeno estanco, que de una u otra manera hace lucir a Carvajal como una
hermosa contradicción, contenido sobre la base del espíritu colectivo y
bonachón de sus lugareños.
Tenía
yo casi cinco años cuando mis padres decidieron mudarse a Carvajal, para
sacarnos del atraso crónico que sufría Santiago Apóstol del Burrero (Carvajal
no es muy avanzado que digamos, pero si más que Santiago), como era conocido el
pueblo en el que di mis primeros pasos, donde me enamoré del gigantesco y
productivo solar que poseía la casa: matas de guayaba, cambur, plátano,
guanábana, mandarina, huertas con cebollas, pimentones, tomates, ajíes dulces,
chirere, un corral con gallinas, una porqueriza, un caballo llamado “Regalito”,
cabras pastando en los zanjones y el tesoro más preciado que tenía en aquellos
días, mi “Secun Guaray”, un hermoso naranjo que fungía de fuerte, blindado de
las hojas más verdes y frondosas que cualquier naranjo pudiera lucir, sus
azahares eran un viaje directo a la felicidad, lo recuerdo alzándose en la
armonía de las tardes, en soledad o con un amigo del pueblo, creo que era el
único que tenía y hoy no recuerdo su nombre. Los años más felices de mi vida
los coseché en Santiago, junto a mi familia y el viejito Aniceto, hortelano del
viento, quien me cuidaba y me enseñaba las sapiencias del pueblo mientras mis
padres trabajaban, era un viejito indio, de algunos ochenta años, pero esa es
otra historia, la cual tendré el placer de contarles en otra oportunidad.
Decía
que Carvajal es una hermosa contradicción, responde al contenido
histórico-tradicional de su nacimiento, formación y proceso de madurez, en él
se orquestan idiosincrasia, normas, moda, políticas, valores, dogmas, lenguaje,
tecnología, arte, infraestructura, en fin, todas las formas de expresión que
convergen en la cultura, marcados por el espacio geográfico: “campo-ciudad” que
caracteriza a Carvajal, otorgándole cierta peculiaridad a su comportamiento
social, estableciendo claramente los patrones en común que identifican a sus
habitantes y las variaciones que establecen una suerte de diferencias dentro
del gentilicio carvajalense.
Una
representación celestial acompaña al pueblo, San Rafael Arcángel, su Santo Patrono.
Este también le sirve a la superstición cultural, los humanos tienen la
necesidad de someter su porvenir a la sagrada voluntad omnipresente. Como ocurrió
en casi todas las ciudades de Venezuela, Carvajal se funda sobre un poblado
indígena, de raíz Cuica, llamado Stovacuy (Tierra de Cocuizas) con sus propias
creencias, símbolos representativos y dioses mitológicos, un 20 de octubre 1670
se le ocurre a Don Baltasar de Carvajal imponer sus ideales (representando el
catolicismo-imperialismo europeo sistematizado), en esta noble “Sabana Larga”, comienza
entonces ese proceso (que todos conocemos, por la generalidad, cada una con sus
matices, de dicho proceso a nivel de América) de mezcla genético-cultural, los
carvajalenses adorarán y se subyugaran bajo el poder de la Santa Cruz, pero no
dejaran en el abandono las antiguas enseñanzas y creencias chamánicas de su
pueblo originario, se irán transformando con el devenir de los años, mucho
después, como consecuencia de la incorporación a menor grado del africano con
sus dogmas y comportamientos, éstas creencias tomarán consistencia gelatinosa,
se fusionan (para explicarlo mejor) la cultura europea, americana y africana en
una sola, pero dispersa, en incertidumbre y difícil de definir como identidad,
que va a marcar inevitablemente los actuales comportamientos de la sociedad.
Lea la continuación:
Carvajal después II
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Carvajal después II