miércoles, 30 de septiembre de 2015

El Toro Despierta

(Primer manifiesto del mendigo)


Fotografía: Carlos Santiago Solarte Vetancourt.

I


Aborrecemos el rojo, lo detestamos, nos asqueamos del rojo de la misma manera en que nos dan asco las políticas de paz, puesto que todos sabemos que no hay políticas de paz, la paz la trafican a su antojo desde altas letrinas con ínfulas de inodoro, tan parásitos lo rojos conectados al gran chorro de dólares que produce la gran vaca gorda de América, la prostituida de revolución, la consumida por el cáncer rojo, la de la pata rota y la columna con diez  hernias discales producidas por dieciséis años de llevar a cuestas a Cuba, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, China, Rusia, y demás sanguijuelas infecciosas.

Amamos los estupores del orgasmo entre las piernas de María, Eva, Isabel, Magdalena, Juana, vírgenes todas, cualquier nacimiento de la expresión rebelde para abatir a los rojos, y reivindicar el rojo, nos es agradable, como los versos incendiarios del poeta y el trago de cocuy, prescindimos de la belleza de imágenes naturales, del canto de los helechos y los espasmos de los colores, atisbamos con encanto la lluvia de las tardes delirantes, estamos cansados de tanta miseria cultural, de tanta podredumbre impregnada en el aire, de tanto rojo derramado en las calles.

Los partidos políticos son tan fraudulentos como destructivos, las religiones esclavizan al cordero que les produce lana, queso y leche, dios sigue bañándose en las aguas termales del cosmos; desechamos el culto a la guerra y lo restituimos por la punzante lanza renovadora del arte. Los rojos oligarcas se alzan sobre el cadáver de una mujer descuartizada, pedacito a pedacito repartida entre ellos y sus secuaces extraterritoriales, el cáncer rojo vino a demostrar los ademanes de la corrupción, a desgarrar la hermandad que permanecía entre nosotros, a convertirnos en asalariados borregos, títeres manejados a su antojo. Convenimos en que el cáncer rojo debe ser extirpado, ametrallado a versos punzo-cortantes, perdonados, sin olvidar nunca su legado de miseria. El rojo está empalagado de tanto rojo y debe ser reinventado.