sábado, 31 de marzo de 2018

Un viacrucis que vivimos todos


Jesús fue aprehendido y llevado a la muerte, el pueblo amordazado, es obligado a vivir guerras que desconoce, tildadas con diversos nombres “económica, comunicacional, del dólar”.

Como un rebaño confundido, se congrega y ora la feligresía, un pueblo de fe abocado al rito y culto a Dios, que pide que en sus días santos, se guarde recato, abstinencia y recogimiento.

Ese concepto es acogido y cuidado con celo en las familias, que expectantes esperan la resurrección, quizá no solo de Cristo, a lo mejor del inicio de una vida “libre” y no solo de pecado.

Las calles que de antaño se perfumaban, con los olores dulces y salados de los platillos, que disputaban en color, sabor y esencia para el disfrute de la familia y amigos, ha desaparecido; pocos son los que ahora pueden disfrutar los agasajos  de aquellos placeres del pasado.

Quizás no es tan placentero evocar un recuerdo, como comer del dulce de lechosa de la abuela, luego de almorzar mojo de pescado y arroz, mientras que en la sala de televisión ven “La pasión de Cristo” y en el patio se escucha el grito de ¡Bingo! de los que allí juegan… pero es lo que hay, y mientras llega la Resurrección debe bastar.

Del pescado las espinas, y en este camino de la cruz que todos vivimos, se orquesta el morado del luto y dolor, de quien todo lo tenía y todo le quitaron.

La sal abunda esta temporada, como en cualquier otra, viene del bus, de la cola de la parada, del exterior… también está en las pasas de las mejillas de una madre que quiere ver a su hijo que no está, de un joven que quiere un sueño y no puede alcanzarlo, de un enfermo que necesita medicina y no la consigue; la sal es fácil de conseguir.

Cristo tú que sufriste por nuestro bien y resucitaste al tercer día, danos valor y templanza, para resucitar contigo en una vida “libre” no solo de pecado, sino también de las ataduras que nos oprimen y nos causan dolor en este valle de lagrimas.