La alarma suena, es el prólogo de mi día, doy diez pasos hasta el baño para poder echarme agua en la cara para así despertar por completo. Pero vivir aquí es como un sueño o una pesadilla de la quizás no despierte pronto.
Luego del baño, somnoliento abro la nevera para beber un trago de agua, al mismo tiempo para observar qué tengo para comer, me encuentro con solo agua, y una auyama que está por echarse a perder.
Con el estómago vacío salgo de mi casa para poder llegar al trabajo temprano. A penas está saliendo el sol. Llego a la parada de buses y está repleta de gente de esquina a esquina. Niños con franelas blancas medio dormidos, otros que llevan franelas rojas y amarillas literalmente dormidos en los brazos de sus padres. Los adolescentes que tienen camisas azules como uniforme están jugando con láminas de papel bond.
Llevo como una hora en la parada de buses, muchas personas siguen llegando, pero ningún bus ha pasado. En el tiempo que llevo parado esperando el transporte público, escucho comentarios de los que están ahí, muchos dicen lo difícil que es quedar en el sorteo del supermercado para comprar la harina, la mantequilla o la azúcar, y otros se quejan del tiempo que tiene el camión del gas sin pasar por la comunidad.
Después de tanto tiempo, por fin logro montarme en un bus, con una pierna adentro y la otra afuera. Sin importar lo tarde que voy a llegar al trabajo, respiro profundo para poder seguir escuchando los lamentos de las personas. Pero no sé si es mejor aguantar la respiración para poder tolerar los malos olores que inhala mi nariz.
Llegar al trabajo ha sido una odisea, pero el regresar a mi casa va a ser aún peor porque ya estará anocheciendo.
Final del día, llego a la parada, aún más ancha que la de esta mañana y todavía mucho más llena. Personas de todas las edades con el cansancio pegado en la cara como barajita de álbum. Los jóvenes de franela azul, los mismos de la mañana, ya no tienen ánimos de jugar con láminas de papel bond.
Mientras voy camino a sentarme en la acera recuerdo que lo único que tengo en el estómago es una arepa de remolacha y una galleta que me dio mi compañera del trabajo.
En el momento en que mis tripas sonaban como gruñidos de leones en el zoológico, van llegando buses, lo que me hace avanzar en la cola. Mis pies me duelen, al igual que la cabeza y el estómago. La gente se queja del mal servicio del transporte y de los elevado precios.
Al momento en que una señora mayor grita "Bendito transporte, señor" dos buses "pirateros" se acercan cobrando el triple del pasaje común para llevarnos a nuestro destino. Mientras voy corriendo para poder agarrar un puesto vacío, recuerdo que tengo el efectivo contado, pero me digo a sí mismo -mañana resuelvo- y me monto.