![]() |
Loyola interpretando "Carolina" (Foto: José Calabrés / Archivo Loyola) |
Aquella
noche del 11 de julio, aparentemente tranquila para el resto de la humanidad, o
bueno, para los habitantes de aquel Trujillo sombrío y silencioso transcurría
con normalidad, excepto para nosotros cuatro.
Habíamos
ensayado por semanas, hasta utilizamos innovaciones tecnológicas para
practicar, porque uno de nosotros estaba en Maracaibo estudiando; no era
nuestra primera vez en una tarima, pero si era la primera vez que nos pagaban
por tocar en público. Estábamos nerviosos por dar un buen espectáculo y que el
nombre de nuestro grupo quedara en la memoria de aquellos jóvenes, que, para
sorpresa de nosotros, se sabían muy bien esas canciones que interpretaríamos de
los famosos que admirábamos, eso nos tenia en preocupación, porque si hacíamos
un acorde en falso, quedaríamos en su memoria pero no en la manera que
esperábamos.
Juan Pedro
había ido más temprano a mi casa para arreglarse y los cuatro habíamos quedado
en vernos allí. El tiempo hacía de las suyas con nuestros nervios, miraba el
reloj de mi teléfono a cada momento, mamá nos llamó a la mesa, “Cómanse algo
para que nos se vayan con ese estómago vacío” dijo. Nunca supe el sabor de
aquellos panes que mi mamá había hecho para la cena, aunque los había comido;
Juan Andrés llegó a mi casa saludando a todos y pidiéndome “un vasito con agua”
como es habitual en él, acompañado de un rostro que reflejaba paciencia y
nerviosismo a la vez; Todos esperábamos a Jesús, quién venía en el taxi que nos
llevaría a aquel histórico recinto donde seria la recepción, el Casino Militar
de Trujillo.
Al llegar
notamos que éramos los primeros, una casual sincronía nos hizo mirar al fondo
del salón, donde estaba aquella pequeña tarima de apenas un metro de alto,
iluminada como las de los conciertos de nuestros ídolos musicales que habíamos
visto por horas en internet, nos miramos y sonreímos, parecíamos niños en una
juguetería cuando vimos nuestros instrumentos que horas antes habíamos dejado
allí bajo esas luces, que bailaban y cambiaban de color constantemente.
Llegó la
hora…
Ya había
pasado un buen rato desde que llegamos, aproximadamente unas cuatro horas, era
el momento de nuestra presentación, estábamos en las escaleras que daban a la
tarima, “Vamos a poner esto en manos de Dios” dijo Juan Pedro, “Padre Nuestro…”
Juan Pedro sería el primero en salir para tomar su posición en aquella batería
roja que nos había acompañado desde el principio de aquel camino... “Vamos
muchachos, vamos a partirla (la tarima)” decía Juan Andrés mientras nos
abrazaba a Jesús y a mí y mientras sonaban aquellas semicorcheas que Juan Pedro
plasmó en su instrumento.
Se
apagaron las luces y la maquina de humo empezó a hacer lo suyo, Yo cerré mis
ojos y me santigüé, los volví a abrazar mientras les decía “Los quiero, vamos a
hacerlos brincar”. Salimos a la tarima habían unas cincuenta personas
aglomeradas en frente de nosotros, para mí eran como cinco mil, saludé al
público y a mi mente se vino aquella imagen de Freddie Mercury saludando al
Wembley Stadium por allá en los años 80; me coloqué mi bajo y empecé a tocar
aquellos acordes que habíamos hecho por semanas.
Habían
pasado unas tres canciones cuando agarre aquel Cuatro al que cariñosamente
habíamos bautizado como “Pablo”, era el momento de interpretar una pieza
nuestra, Carolina, era una oda a la
tonada llanera combinada con nuestro estilo propio, estábamos todos listos,
Juan Andrés se arrodillo a mi lado para ejecutar el bajo mientras yo presentaba
el tema diciendo: “Ésta, más que una canción, es un ritual”, un La menor, el
primer acorde de esa canción dejó en silencio a los jóvenes que minutos antes
habían estado gritando y saltando… “No me
alejaré de ti aunque los grillos canten, dime lo que sientes Carolina” era
una línea de la tonada que para mi sorpresa y para la del resto, aquellos
chamos estaban coreando; era inexplicable, ellos nunca antes la habían
escuchado, pero de manera mágica se la aprendieron, los cuatro nos miramos,
nuestras miradas decían lo mismo “que arrecho”, nos sonreímos y seguimos en lo
nuestro, la sensación era placentera, nos sentíamos grandes, habíamos hecho
nuestro trabajo.
Carolina
nos había dicho lo que sentía…