Fotografía: Carlos Solarte. Modelo: Anita Mendoza |
La literatura venezolana no ha sido
la excepción en lo que se refiere al papel secundario determinado para la
mujer, debido tal vez, a ciertos cánones machistas que venimos arrastrando
de cientos de años atrás, donde la exclusión
y marginalidad de las mujeres estuvo fundamentada en la construcción de las
familias, cuidando de los hijos, haciendo las actividades del hogar y en su
supuesta inferioridad intelectual con respecto al hombre. Sor Juana Inés de la
Cruz, abrió las puertas en el siglo XVII de la escritura femenina en Hispanoamérica,
debatiendo a través de su poesía los estándares dogmáticos de la sociedad y la
iglesia católica de entonces, luchó por el derecho de las mujeres a la educación.
Las mujeres han logrado
abrirse un sendero en las letras. Ha sido difícil para ellas. Sin embargo, hoy
tienen un lugar significativo en esta rama del arte. Tanto, que han sido
distinguidas en grandes concursos literarios. Una de las particularidades de la
mujer trujillana actual es la inclinación a la literatura, con ciertas
configuraciones de los espacios culturales como un reflejo de la liberación
femenina. Las escritoras se refieren a todo tipo de temáticas, no sólo al amor imposible
o el amor oportuno, abandonado la escritura de confesión y optando a una
escritura más liberadora, de denuncia, de evocación del instante y mirada
filosófica; las voces de las féminas se levantan y luchan, cantan y bailan al
compás de las letras.
De todas formas las mujeres
escritoras, diferentes entre sí, escogen como grupo, sus propios códices,
inclusive los que le procura la extensa cultura literaria escrita por hombres,
sería inconcebible, a mi entender, renunciar a la tradición literaria masculina
como un universo, motivo de estudio. La diferenciación hombre-mujer, no debería
existir en materia de literatura, pues escrita por hombres o mujeres, no deja
de ser literatura.
En Trujillo, los grandes
escritores, son en su mayoría hombres, quienes cultivan esa noble tarea. Sin
embrago podemos encontrar una lista importante de mujeres que están escribiendo
la literatura regional, unas con libros publicados y otras inéditas, desde Ana
Enriqueta Terán (Premio Nacional de Literatura 1989-1990), Antonieta Madrid
(Premio Concurso Latinoamericano de Cuento del INCIBA, 1971), hasta llegar a
las más actuales, Carolina Lozada (Premio de Literatura Stefanía Mosca, 2011), Sol
Linares (ganadora de la primera edición del Concurso Latinoamericano de Novela
ALBA, 2010), Daniela Lozada, Andrea Briceño, Mariana Barreto, Anita Mendoza,
Mariela Balza, Lenys Perez y muchas más (discúlpenme las que conozco y por mis
cotidianas lagunas mentales, no nombro), unidas por el fulgor de sus quimeras,
muchas veces por el tormento de sus experiencias y en todas ellas su desacuerdo
con los estándares de la sociedad, forman una escuela de escritoras que muestran
la cara escondida de la literatura trujillana.
Tengo el honor de conocer
a varias de las escritoras que mencioné antes, mujeres con una calidad
espiritual envidiables, que inevitablemente brindan en sus escritos (como
cualquier escritor) testimonios de sí mismas, del sitio donde viven y la
condición socio-cultural de su tiempo y eventualidad. Hacen referencia a la
vida centrándose en lo más mínimo, en lo cotidiano, apelando a todos los niveles
del lenguaje. El lenguaje se transforma de esta manera, en un instrumento de emancipación.
Esto es precisamente lo que mueve sus motores y las impulsa a escribir, la
experiencia y el imaginario.
De esta forma su
escritura se remite a las sensaciones, al pensamiento filosófico, a las
emociones, lírica y llena de incertidumbre. A través de la voz, la mirada y los
sentidos de una escritora, la transmisión de la realidad puede resultar
diferente. Tal vez por de corresponder a una generación particularmente marcada
por las condiciones socio-culturales de su tiempo. En ellas pueden revelarse
ciertos caracteres feministas de la escritura: manejo de la literatura en
primera persona, acomodamiento al registro intrínseco, mayor apreciación del
detalle, diestra sistematización psicológica, exactitud y naturalidad
evidentes, el erotismo como expresión rebelde, la oposición a la retórica y la inclinación
a la esencialidad.
Las escritoras
trujillanas han sido poco examinadas, carecemos de estudios que las constituyan
en el argot cultural de cada período, esta operación permitiría manifestar que
las escritoras jugaron y juegan un papel importante. Un estudio que reúna a las
escritoras no en términos de género, más bien como una rigurosa compilación de cultura
silenciada.
Tal vez ha pasado ya la época en que la mujer era concebida a
consecuencia de los miedos del hombre a ser esclavizado por la naturaleza, por
miedo del hombre a entender que posiblemente en la mujer yace la clave de
muchos enigmas, y ahora empieza el debate, la mujer no es virgen ni prostituta,
la mujer es tan paradójica, enmarañada, confusa e indefinible como lo es el
hombre.