lunes, 19 de octubre de 2015

Yuri: Chavista, agradecida, decepcionada



“O esta mierda se compone o se pone peor” dijo ella mientras los ojos inquisidores del que fuese su presidente amado vigilan cada una de sus palabras.

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A las dos de la mañana salió de casa junto a su esposo y su hijo menor a buscar la comida de la semana. Ella decidió quitarle las pilas a su reloj biológico, la frase barriga llena corazón contento pesa más en su cabeza que dormir las ocho horas que recomiendan los que saben de medicinas e inyecciones. Yuri lleva en sus hombros un peso que la lleva a padecer ansiedad: alimentar a sus 3 hijos en un país donde escasea todo, incluso las largas horas de reposo junto a Morfeo.

Su pierna derecha le pide permiso a la izquierda para poder llevar las preocupaciones de esta robusta mujer que no es perdonaba por el inclemente sol que ese día sacude a ese lugar de la geografía trujillana. Al verme me saluda y como si se tratara de un amigo de la infancia me pide sin pestañar que ayude a su hijo con la bolsa transparente que exhibe los productos que pudo comprar ese día. Mientras esquiva las preguntas de los pobladores que bajan y suben por la calle que ávidos de respuestas intentan saber dónde consiguió eso, Yuri me dice que la tiene molesta el aumento de sueldo que días anteriores el presidente Nicolás Maduro anunció por cadena.

Durante todo el trayecto hasta la parada que nos llevará hasta su “revolucionario” hogar, en una especie de desahogo comienza a decirme todo lo que está mal en el país. “mi hijos  estrenaran si mucho una franela” dice, mientras Carlitos su hijo menor me dice sonriendo que él no le importa eso. Se lamenta que su esposo ya no se puede “rebuscar” como mesonero porque no tiene ropa “decente” para llevar la pasapalos y licores a las familias de clase alta que lo contratan cada sábado que hay una fiesta al norte de la ciudad comercial. Comienzo a creer que estoy hablando con una mujer opositora al proceso revolucionario, hasta que llegamos a su hogar, “mi petrocasa” como ella cariñosamente la llama y un vector con los ojos de Hugo Chávez, un cuadro del cantautor Alí Primera y una calcomanía del PSUV, me llevan a entender que Yuri como otros chavistas, se siente decepcionada.

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Yuri deseaba pero no imaginaba ser parte de los casi 800 mil beneficiarios de la gran Misión Vivienda Venezuela. Cumplía con los requisitos necesarios para obtener un hogar propio, tenía tres hijos y según ella era “chavista de corazón”. El primer intento por conseguir una casa llegó cuando le habían asignado un apartamento para ella y su familia, o eso creía.

“Nosotros éramos parte de los beneficiarios de unos apartamentos que serían entregados por el alcalde” dijo. Con entusiasmo cuenta que el día que recibiría las llave, mandó a su esposo a buscarla mientras ella se encargaba de preparar todo lo que tenía junto a sus hijos. Dos cajas de cartón que guardaban tres cuadros comprados de oferta en un supermercado chino, un set de vasos de vidrios, recuerdos de algunas fiestas en la que era invitada y el corazón envuelto en la alegría de tener un hogar propio.

Ese día sus hijos se bañaron temprano, ella hizo lo mismo, las horas se hacían largas, pero ella esperaba impaciente la llave del apartamento que sería suyo. Cuando su esposo llegó todos salieron a la puerta para juntos abrazarse como ideó junto a sus hijos. La cara de Juan, su esposo develaba tristeza.

“Él tenía los ojos aguados, me dijo que no nos dieron apartamento porque el alcalde no había firmado unos papeles, el mundo se me vino encima”. Yuri recuerda que estuvo 3 días llorando sin cansarse, sin saber de qué lugar de su cuerpo salía tanta agua. Su madre, sus hermanas y hermanos llegaron a la casa de sus suegros para animarla y reconfortarla, “pero todo era inútil” su hermano que es pastor de una iglesia le dijo que Dios le daría algo mejor, que era una prueba que debía pasar, y ella a regañadientes terminó aceptándola.

Una tarde recibió una llamada de un número desconocido para ella. “Me preguntaron mi nombre y me dijeron que yo era parte de los beneficiarios de la misión vivienda Venezuela” el impactó de esa noticia la hizo arrodillarse y dar gracias a Dios, estaba tan eufórica que a todo el que encontraba le decía que tenía casa propia.



Asegura que todo se “lo dio Chávez” en lo único que tuvo que invertir fue en la comida de los albañiles. “Antes no se hacía cola por comida así que no se me hizo tan difícil. Ahora en cambio deben pagar hasta la losa, hay tantas casas paradas porque los beneficiarios terminan pagando hasta la mitad de todo”.

La casa de Yuri tiene 3 cuartos, dos baños y amplios ventanales, asegura que su casa fue construida en menos de un mes, tiempo muy corto para los 20 años que estuvo sin hogar.

El tiempo le dio razón a su hermano el pastor, el lugar donde tendría su apartamento es uno de los sitios más inseguros de la geografía trujillana. “Al final pude entender que la tranquilidad que tengo aquí no la cambio por nada, valió la pena esperar”.

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Le comenté a una gran amiga que entrevistaría a una mujer que lloró la muerte de Hugo Chávez como la de su padre veinte años atrás. Le dije que vivía en un complejo de casas hechas por la Gran Misión Vivienda Venezuela. Ella que tiene la costumbre de retarme, me dijo que llevara una franela o algo que me identificara como miembro de la oposición, al principio no estuve de acuerdo. Me convenció diciendo que me sacarían “del lugar casi a patadas, porque los de ese bando no conocen el respeto” seguro de que estaba equivocada y sabiendo que era una anti chavista declarada acepté el trato seguro de que nada de eso me iba a ocurrir.

Manuel de 14 años, el hijo mayor de Yuri se ofreció de manera gentil a prestarme su bicicleta. La tomé, y comencé a pedalear por el camino de tierra que era protegido por 22 casas realizadas por uno de los proyectos sociales más ambiciosos del oriundo de Sabaneta.

Saludé a todos, y de ninguno recibí un insulto, mi franela tricolor pasaba desapercibida, ante los ojos de aquellos trujillanos que fueron beneficiados por ese proyecto. Una familia cortaba la maleza del frente de su casa, otros buscaban arena para un albañil, arreglaban las ventanas, empotraban la cocina. Estaba en un lugar del que se tejen muchos estereotipos, estaba en suelo venezolano, con personas venezolanas, con gente que necesitaba una casa.

Yuri me lanzó un grito y enseguida bajé. Pidió disculpas por las moscas que paseaban por su hogar “esas malditas moscas no me dejan vivir en paz” dijo. Segura de que tenía la razón, me mostró su cocina asegurándome que no era “una mujer sucia”, que era maniática con la limpieza, constaté que tenía razón, el calor las atraía pensé.

Su hogar era fresco, las paredes eran blancas, parecían cubos de tetris, una tras la otra, formaron el hogar que por más de 20 años Yuri pidió a Dios. La nevera y la cocina eran parte del convenio entre los criollos y los líderes de la Ciudad Prohibida. El televisor tenía sistema satelital de la compañía CANTV, su esposo veía una película de acción. Yuri regañaba a Manuel porque se bañaba apresurado a “hacer una tarea” gritaba que eso era mentira, y pedía la intercesión parcial del único hombre que ha amado, el cual parecía más interesado en la caja boba que en el sermón de su mujer. Carlos el menor, jugaba “pistolero” con un vecino, Yuri molesta lo regañó “le he botado todos los palos que usa para jugar policía y ladrón y él sigue haciéndolo”. Su hija Irene preguntaba qué había de comer, al saberlo frunció el ceño, su madre le dijo besándola en la frente “las misses comen ensalada y usted tiene que ser miss” la niña accedió, mientras jalaba por los pelos a su hermano menor que por tal acto terminó siendo asesinado por el policía vecino con un disparo imaginario.

Yuri es una mujer voluptuosa, pasada de peso. Sus piernas la llevaban poco a poco por la cocina mientras ideaba qué comer en el almuerzo. Es una mujer bonita para los estándares de belleza en el país de las “mujeres bellas”. Sus brazos son gruesos y fuertes, me dijo Irene quien asegura no haber sido golpeada por su mamá desde hace años “porque yo me porto muy bien” dice feliz. Su esposo es alto y delgado y es silencioso, como dije antes su preocupación era que el asesino de la película no descubriera dónde se escondía el protagonista. Yuri asegura que siempre ve la misma película, que todos en la casa se la saben de memoria.

El almuerzo está listo, yuca cocida con un poco de mantequilla y ensalada de tomates, lechuga, cebollín y aguacate. “Te debo la carne y el pollo, si fueran otros tiempos aquí se perdería, pero ahora comemos lo que tenemos”. Pude entender la molestia de su hija, pero en Venezuela se come lo que haya, elegir qué comer fue expropiado desde hace algún tiempo.

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Yuri nació hace 40 veranos. Era la menor de una familia de ocho hermanos, sin saberlo en el momento llevaba uno de los apellidos de mayor estigma en su pueblo. Nunca le faltó nada, es lo que más recuerda cuando habla. Su padre venía de una familia donde se comía lo que había, y prometió que sus hijos no pasarían la misma necesidad.  Tuvo un hermano que estudió en la tierra del capitalismo y otro que fue militar. Sus días como niña de familia clase media-alta en épocas de la llamada cuarta república se dividían entre ir al supermercado, a las tiendas de ropa o de viajes por la geografía venezolana.

Cuenta con orgullo que su casa era una de las más bellas del lugar. Alfombras persas, lámparas de cristales, decenas de plantas ornamentales, rosas, árboles frondosos y más de doce cuartos. “yo le cobraba a mis amigas para que conocieran mi casa, una chupeta bastaba para que entraran a mi palacio” dice entre risas y vergüenza. Hacía esto junto a su vecina Libia que también tuvo una infancia sin sufrimientos. A escondidas de su madre y padre “porque si me descubrían me mataban a palos” mostraba a sus sorprendidas amigas los lugares de su casa, todas salían felices a la casa de alado donde quedaban de igual manera impactadas. “Eran mis amigas, niñas de escasos recursos, de familias pobres. Lo hacíamos con inocencia, aunque ahora sé que hacía eso que llaman Bullying”. Su épocas de opulencias terminaron cuando se padre falleció.

La muerte de su padre fue un golpe duro para la economía de Yuri, pero su madre enseguida tomó el espacio de su padre y siguió dándole todo lo que pedía. “Yo tenía ocho pares de zapatos, estrenaba cada quince días, tenía dinero para comprar lo que quisiera, era una niña feliz” dice. Las flechas de cupido no perdonaron a la “princesa” que terminó enamorándose de un muchacho que no era bien visto por su familia y amigos. “Mis amigas me decían que yo tenía que saber quién era, de dónde era yo y qué debía buscar. Decían que mi apellido pesaba. Mi mamá era más fuerte y me decía que yo debía buscar a alguien con ceros a la derecha no a la izquierda, en ese tiempo no entendía, muy tarde lo entendí, pero ya estaba enamorada”. Yuri dejó su “palacio” para vivir en una casa de bahareque, dormir en una cama pequeña y acompañada por el llanto que le producía vivir en un sitio “no apto” para ella.

20 años vivió Yuri en la casa de sus suegros. Describe su estadía como difícil. “70% de cosas malas y 30% de cosas buenas” dice. Comenzó a comer lo que había, a recibir insultos y humillaciones y sentirse “arrimada”. Durante todo ese tiempo su esposo Juan era de la vida alegre y dejaba a Yuri con sus hijos mientras él se iba “con cualquier perra que encontraba en el camino”.

Atada a un amor que consideraba puro, Yuri terminó criando a 3 hijos junto a un esposo que al llegar el viernes se marchaba dejándola sola al desprecio de los dueños de un hogar que no era suyo y esperando que llegara domingo para no sentirse sola en un intento por mantener una familia feliz. “Juan ha cambiado mucho, ahora soy yo la cuaima” dice entre risas, mientras ve a su marido que junto a otros vecinos desenredan algunos papagallos que descansan en las redes eléctricas de aquellas casas de la misión vivienda Venezuela.

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Yuri confiesa que al principio no era fiel seguidora de Chávez. “Yo voté por Salas Romer porque no me gustaba Chávez, cuando él ganó mi mamá lloraba y decía que el país se iba a acabar, que yo no entendía de eso” Juan por su parte pasó en una marcha con banderas celebrando el triunfo del líder de la intentona golpista del año 92. “Le pregunté a Juan por qué había votado por Chávez me dijo que era revolucionario y un militar, y que hacía falta orden en el país”. Yuri recuerda que en aquellos tiempos la polarización era algo sobre el frío, y que en Venezuela no existía tanto odio por pensar distinto.

La chavista decepcionada recuerda con mucho recelo que empezó a “querer a Chávez” cuando veía por televisión que mostraba “verdadero amor por las personas que visitaba”. Cansada de presidentes acartonados, se enamoró del ex mandatario cuando mostró cercanía al pueblo, cuando pedía café, cuando regañaba a sus ministros y realizaba obras para los más necesitados. “Ningún presidente ha hecho tanto como Chávez” sostiene.

Al hablar de Maduro su semblante cambia por completo y una palabra incendiaria sale de su boca “todos son unos ladrones” sentencia. Cree que ese fue uno de los pocos errores de su “comandante eterno y supremo”. Ella cree con firmeza que si gana el madurismo no abra luz al final del túnel.  “O esta mierda se compone o se pone peor” dijo ella mientras los ojos inquisidores del que fuese su presidente amado vigilan cada una de sus palabras.

Ella cree que si gana la oposición habrá mano dura contra la corrupción, contra los ministros que no trabajan y la superioridad que ejerce Cilia Flores, porque según ella “Maduro no lleva los pantalones del país, es Cilia”. Yuri no quiere que el chavismo desaparezca del país. “Chávez hizo mucho por el país, pero él ya se murió, hay que aceptar la voluntad de Dios. Si él estuviera aquí se las ingeniería para sacarnos de esta crisis, pero no está. Alguien tiene que ponerle mano dura a esos ladrones que acabaron con el legado del comandante y la única manera de que eso ocurra es que la Asamblea la gobierne la oposición”.

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Yuri me muestra las cosas que compró ese día que se despertó a las dos de la mañana y dejó a sus hijos bajo el cuidado de Dios para conseguir los alimentos de la semana. Un kilo de azúcar, medio kilo de café, un kilo de leche, un kilo de arroz y una mantequilla. Estos productos regulados por el gobierno nacional y de difícil acceso para el consumidor le costaron 250 bsf, lo mismo que vale una caja de cigarrillos. Es entendible por qué Yuri y miles de venezolanos salen temprano de sus hogares a tratar de conseguir los alimentos de la semana.

Ella está en contra de plan matacola. “Creía que ese plan tendría impacto y seguí la orden de llegar al supermercado a las seis de la mañana, cuando llegué la gente estaba escondida y ya estaban todos anotados. No pude comprar nada, perdí el viaje, comencé a llorar desconsoladamente mientras mi hijo me pedía que no lo hiciera, pero era difícil. Yo no me puedo dar el lujo de no traer comida  a la casa. Me voy bien temprano a buscar comida, yo no soy ninguna bachaquera, salgo de madrugada porque tengo que darle a mis hijos de comer. Si me meten presa por hacer cola y me ponen a lavar el aeropuerto, pues lo haré, de todos modos Dios es testigo que no estoy cometiendo ningún delito" dice mientras me permite tomar la única fotografía que puedo llevarme, la del alimento de su esposo y sus tres niños por toda la semana.

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En las noches muchas cosas pasan por la cabeza de Yuri, una de ellas es si permitido ser chavista y votar por la oposición, recuerda su niñez y cómo vivía y desea que sus hijos puedan tener lo mismo que ella tuvo “eso no es ser capitalista, mi padre era muy humilde y con trabajo logró sacar a 8 hijos y darnos todo lo que pedíamos ¿Puedo darles yo eso a mis hijo? Por supuesto que no, o con Maduro en el poder será imposible” dijo. Ella que trabaja en organismos públicos, que estudió en la misión Ribas, que es beneficiaria de una petrocasa y que como venezolana tiene el derecho de pensar distinto está segura que esto tiene que cambiar.

“Yo no sé si el gobierno aceptará los resultados, pero estaré tranquila de votar por quien yo quise”.


Luego de un pocillo lleno de café, me marcho de la casa de Yuri mientras me pide que no dé su nombre, el lugar donde vive, ni dónde trabaja. ¿Y cómo negarme? Si en un país donde pensar distinto no es permitido, es entendible por qué tiene miedo la mujer que lloró la muerte de Chávez como la de su padre ocurrida 20 años atrás.