miércoles, 10 de febrero de 2016

Carvajal, después


Carvajal, vista aérea. 


 Parte I

            Yace en las alturas, entre una formación de mesetas tan estrechas y largas que parecen derrumbarse poco a poco, el río Jiménez por un costado, el Motatán por el otro bañan el pueblo, sí, pueblo con intenciones de ciudad, a sabiendas de su cancerígeno estanco, que de una u otra manera hace lucir a Carvajal como una hermosa contradicción, contenido sobre la base del espíritu colectivo y bonachón de sus lugareños.

            Tenía yo casi cinco años cuando mis padres decidieron mudarse a Carvajal, para sacarnos del atraso crónico que sufría Santiago Apóstol del Burrero (Carvajal no es muy avanzado que digamos, pero si más que Santiago), como era conocido el pueblo en el que di mis primeros pasos, donde me enamoré del gigantesco y productivo solar que poseía la casa: matas de guayaba, cambur, plátano, guanábana, mandarina, huertas con cebollas, pimentones, tomates, ajíes dulces, chirere, un corral con gallinas, una porqueriza, un caballo llamado “Regalito”, cabras pastando en los zanjones y el tesoro más preciado que tenía en aquellos días, mi “Secun Guaray”, un hermoso naranjo que fungía de fuerte, blindado de las hojas más verdes y frondosas que cualquier naranjo pudiera lucir, sus azahares eran un viaje directo a la felicidad, lo recuerdo alzándose en la armonía de las tardes, en soledad o con un amigo del pueblo, creo que era el único que tenía y hoy no recuerdo su nombre. Los años más felices de mi vida los coseché en Santiago, junto a mi familia y el viejito Aniceto, hortelano del viento, quien me cuidaba y me enseñaba las sapiencias del pueblo mientras mis padres trabajaban, era un viejito indio, de algunos ochenta años, pero esa es otra historia, la cual tendré el placer de contarles en otra oportunidad.

            Decía que Carvajal es una hermosa contradicción, responde al contenido histórico-tradicional de su nacimiento, formación y proceso de madurez, en él se orquestan idiosincrasia, normas, moda, políticas, valores, dogmas, lenguaje, tecnología, arte, infraestructura, en fin, todas las formas de expresión que convergen en la cultura, marcados por el espacio geográfico: “campo-ciudad” que caracteriza a Carvajal, otorgándole cierta peculiaridad a su comportamiento social, estableciendo claramente los patrones en común que identifican a sus habitantes y las variaciones que establecen una suerte de diferencias dentro del gentilicio carvajalense.


            Una representación celestial acompaña al pueblo, San Rafael Arcángel, su Santo Patrono. Este también le sirve a la superstición cultural, los humanos tienen la necesidad de someter su porvenir a la sagrada voluntad omnipresente. Como ocurrió en casi todas las ciudades de Venezuela, Carvajal se funda sobre un poblado indígena, de raíz Cuica, llamado Stovacuy (Tierra de Cocuizas) con sus propias creencias, símbolos representativos y dioses mitológicos, un 20 de octubre 1670 se le ocurre a Don Baltasar de Carvajal imponer sus ideales (representando el catolicismo-imperialismo europeo sistematizado), en esta noble “Sabana Larga”, comienza entonces ese proceso (que todos conocemos, por la generalidad, cada una con sus matices, de dicho proceso a nivel de América) de mezcla genético-cultural, los carvajalenses adorarán y se subyugaran bajo el poder de la Santa Cruz, pero no dejaran en el abandono las antiguas enseñanzas y creencias chamánicas de su pueblo originario, se irán transformando con el devenir de los años, mucho después, como consecuencia de la incorporación a menor grado del africano con sus dogmas y comportamientos, éstas creencias tomarán consistencia gelatinosa, se fusionan (para explicarlo mejor) la cultura europea, americana y africana en una sola, pero dispersa, en incertidumbre y difícil de definir como identidad, que va a marcar inevitablemente los actuales comportamientos de la sociedad. 

Lea la continuación:
Carvajal después II