Fotografía: José G. Berrios |
He tenido la oportunidad de ser
abrazado por el calor hospitalario de esas viejas casas boconesas, reliquias que
dejan testimonio del pasado auténtico del pueblo. Grandes ventanales, solares internos,
paredes altas, calles empinadas, distinguen su casco histórico, contrastado con
el esplendor de sus titánicas montañas pobladas de alegre vegetación y tímida
fauna.
Fotografía: Alberto Cárdenas |
En la Avenida Rotatoria,
se alza el Museo Trapiche Los Clavo, una de las construcciones icónicas de la
arquitectura de estilo colonial, antigua casa de la hacienda perteneciente a la
familia Clavo, fue restaurada para la preservación del patrimonio cultural de
Boconó, con todas las comodidades de la vida moderna. Lo primero que hago, cuando visito una ciudad o
pueblo para mi desconocido, es ir a sus museos, casas de cultura, galerías de
arte o sitios históricos (luego a sus bares), pues las manifestaciones
artísticas nos pueden dar un
acercamiento fiel y aleccionador de la riqueza cultural del sitio visitado.
El
arte identifica, expresa los elementos que aglomeran a una sociedad,
proponiendo valores que influencian la sensibilidad y la imaginación de las personas, se renueva y se realiza
constantemente, como necesidad de crear algo meramente hermoso, emulando el ambiente
en el que se vive o inventándolo, recordando al siempre humano Martí: “El arte
es fruto desarrollado del trabajo”.
Fotografía: José G. Berrios |
Caminar
sobre la Teta de Niquitao es un placer que pocos se dan, no por el costo para llegar
hasta allá (resulta extremadamente barato), sino porque desconocen la
existencia este paraíso nublado. Confieso que me ha costado subir, no siempre
se está en las condiciones físicas adecuadas para esta actividad. Este
monumento natural es el pico más alto de Trujillo, con algunos cuatro mil
metros de altura, pueden ya imaginarse el frío de páramo que inunda su
ambiente.
A
estas remansas montañas boconesas le he dedicado unos versos, en un poema que
escribí hace poco, llamado “Canto a Trujillo”, donde incursiono de manera
ingenua y neófita en la rima, sin pensar en academicismos ni belleza estética o
métrica, es más una fotografía tomada a través del lápiz, evocando el instante:
“Agricultores
“la yunta jala el arado”
tierra
negra
y machete amolado
cerros
verdes
verde paz coronada
momoyes
insomnes
cultivan tonadas…”.
Algunos
bares conservan su geometría de taberna, “una negra vestida de novia” alegra y
anima la estancia en el bar, siempre asiste algún trovador del pueblo, a punta
de cuatro o violín se forman las parrandas, las mujeres bailando y cantando, uno
no hace otra cosa que apreciar el arte (siendo participe de éste) en pleno
movimiento, en plena creación (momentos que guardo gratamente en las montañas
de mis recuerdos).
Boconó
es un pueblo de gente buena, de espíritu bravo y agricultores ávidos, es un
paraíso poético, reino de meditación y juerga. Desde el mendigo al estudiante, desde
la montaña a la casa, desde la hermosa mujer al canto de los ríos, desde el
pastor a la borrachera, adentrarse en este pueblo es reconocer los caracteres
de su cultura, de imágenes prometedoras que se deslizan vertiginosamente en
prismas resplandecientes. Es un conjunto de enigmas que nos lleva a ligarnos incondicionalmente
con su esencia.