miércoles, 11 de noviembre de 2015

Boconó o el Paraíso Poético

Fotografía: José G. Berrios

          He tenido la oportunidad de ser abrazado por el calor hospitalario de esas viejas casas boconesas, reliquias que dejan testimonio del pasado auténtico del pueblo. Grandes ventanales, solares internos, paredes altas, calles empinadas, distinguen su casco histórico, contrastado con el esplendor de sus titánicas montañas pobladas de alegre vegetación y tímida fauna. 



Fotografía: Alberto Cárdenas



En la Avenida Rotatoria, se alza el Museo Trapiche Los Clavo, una de las construcciones icónicas de la arquitectura de estilo colonial, antigua casa de la hacienda perteneciente a la familia Clavo, fue restaurada para la preservación del patrimonio cultural de Boconó, con todas las comodidades de la vida moderna. Lo  primero que hago, cuando visito una ciudad o pueblo para mi desconocido, es ir a sus museos, casas de cultura, galerías de arte o sitios históricos (luego a sus bares), pues las manifestaciones artísticas nos pueden dar  un acercamiento fiel y aleccionador de la riqueza cultural del sitio visitado.

El arte identifica, expresa los elementos que aglomeran a una sociedad, proponiendo valores que influencian la sensibilidad y la imaginación de  las personas, se renueva y se realiza constantemente, como necesidad de crear algo meramente hermoso, emulando el ambiente en el que se vive o inventándolo, recordando al siempre humano Martí: “El arte es fruto desarrollado del trabajo”. 


Fotografía: José G. Berrios



No pueden más que sentirse atrapados en el tiempo, altamente relajados, con la geometría colonial del Museo Trapiche los Clavo, donde en antaño se extraían los azúcares de la caña, para convertirlos en melaza y panela, y posteriormente en Sanjonero, aún se conserva toda la maquinaria del trapiche, desde el molino de agua hasta los moldes para colocar la melcocha. Puedes hacer un pequeño mercado de libros en la “Del Sur” que está dentro del museo, comprar artesanía en la tienda, orfebrería, tejidos en fibras naturales y disfrutar de un buen café (lamentablemente no de un cigarro) del restaurante, observando el arte precolombino, las esculturas, pinturas y libros de artistas y poetas locales.

La belleza de sus mujeres, es una verdadera obra de arte de la evolución que no pasa desapercibida, al igual que la amabilidad de su gente; el boconés tiende a ser bonachón, cálido, callado cuando lo tiene que ser y conversador si la situación lo amerita. En la Plaza Bolívar se congregan ancianos, jóvenes pertenecientes a distintas culturas urbanas, poetas, cultores populares, estudiantes, los feligreses que salen de la Iglesia San Alejo (muestra imponente de la arquitectura religiosa), una mezcla diversa de la sociedad boconesa, que delata a gritos la riqueza cultural que cubre a muchos de nuestros pueblos andinos.

Fotografía: José G. Berrios


Caminar sobre la Teta de Niquitao es un placer que pocos se dan, no por el costo para llegar hasta allá (resulta extremadamente barato), sino porque desconocen la existencia este paraíso nublado. Confieso que me ha costado subir, no siempre se está en las condiciones físicas adecuadas para esta actividad. Este monumento natural es el pico más alto de Trujillo, con algunos cuatro mil metros de altura, pueden ya imaginarse el frío de páramo que inunda su ambiente.

A estas remansas montañas boconesas le he dedicado unos versos, en un poema que escribí hace poco, llamado “Canto a Trujillo”, donde incursiono de manera ingenua y neófita en la rima, sin pensar en academicismos ni belleza estética o métrica, es más una fotografía tomada a través del lápiz, evocando el instante:
“Agricultores
                       “la yunta jala el arado”
tierra negra
                         y machete amolado
cerros verdes
                          verde paz coronada
momoyes insomnes
                          cultivan tonadas…”.

Fotoghrafía: Jose G. Berrios




Acampar en la Laguna de Los cedros es un modo de conectarse con la naturaleza, por las noches el sonido del agua corriendo, atravesando piedras, los cocuyos brillando sin cesar, cigarras, sapos y grillos en orquesta nocturna, crean una atmosfera interesante, acompañada de tertulia y Sanjonero, sin faltar nunca alguna historia de la cultura popular de Boconó, como los momoyes, elementales que cuidan la naturaleza, guardianes de toda fauna y flora, representados en pequeños ancianos, de barba pronunciada, sombrero de ala redonda y grande, bolso terciado, una botella de aguardiente y un bastón o báculo.

La presencia del lenguaje indígena en la toponimia de Boconó es muy marcada, el mismo origen del nombre del pueblo es de lengua indígena, nombres como Mosquey, Niquitao, Tostós, Burbusay, Guaramacal, Tiscachic,  pertenecen también a este lenguaje, herencia indígena que bien saben llevar sus habitantes.

El Mercado Campesino Tiscachic se ve envuelto en una suerte de espíritu comunitario, donde van los productores agrícolas, artesanos y cultores de la gastronomía tradicional a comercializar sus productos, y hasta realizan trueques, cuando es oportuno. Los sábados se puede disfrutar de este ambiente matinal, en el que  la calidad y la frescura de los productos que allí se consiguen son inigualables, tanto, como sus bajos costos.





Algunos bares conservan su geometría de taberna, “una negra vestida de novia” alegra y anima la estancia en el bar, siempre asiste algún trovador del pueblo, a punta de cuatro o violín se forman las parrandas, las mujeres bailando y cantando, uno no hace otra cosa que apreciar el arte (siendo participe de éste) en pleno movimiento, en plena creación (momentos que guardo gratamente en las montañas de mis recuerdos).

Boconó es un pueblo de gente buena, de espíritu bravo y agricultores ávidos, es un paraíso poético, reino de meditación y juerga. Desde el mendigo al estudiante, desde la montaña a la casa, desde la hermosa mujer al canto de los ríos, desde el pastor a la borrachera, adentrarse en este pueblo es reconocer los caracteres de su cultura, de imágenes prometedoras que se deslizan vertiginosamente en prismas resplandecientes. Es un conjunto de enigmas que nos lleva a ligarnos incondicionalmente con su esencia.