miércoles, 3 de febrero de 2016

La casa y el poeta


Fotografía: Carlos Solarte

La palabra "casa" es demasiado simple para un significado tan complejo, espacio ideado por el ingenio humano, microscópico lugar impregnado de la magia rítmica del alma, nuestro primer universo. Lo que somos, lo que tenemos, lo que queremos ser, nuestra propia identidad, es siempre un  referente a la topología del medio en que se habita. La casa es por ende una especie de condensación de las personas que la ocupan. Bertolt Brecht manifiesta: “Me parezco a aquél hombre que andaba por el mundo con un ladrillo, tratando de explicarle a todos cómo era su casa”. Sin la casa, los hombres somos parias.

El poeta centra su naturaleza en el acertijo que es su casa, se funde en ese espacio de dimensiones simbólicas, y guarda en ella, siempre un lugar oculto, núcleo de operaciones, confesiones. Lo traslada rotundamente a los asombros de la infancia, tejiendo el lenguaje con la diversidad de imágenes, los significados que el hombre le da a las cosas. Experimenta la palabra exacta: casa. Cobijo y fuego humano, la casa es más que solo la palabra. Se adapta y se introduce en la quimera de lo creado. Percibe el poeta las oscilaciones que con la obligación histórico-temporal irá experimentando la casa.

La casa sucede en metáfora de amparo ante la intemperie, de refugio en todas las formas. En palabras de Miguel Hernández la casa:

  “Pintada, no vacía.
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Florecerán los besos
sobre las almohadas
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su inmensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.”


Es verdad, el poeta (ante la idea de la casa) cae en un sitio impregnado de esperanza, alegría, amor, llanto, lujuria, recuerdos, en él asimila la pluralidad universal del “ser”. Se estremece ante la primicia de lo nuevo, intenta desenterrar el acertijo en la arquitectura de la casa, se dibuja en ella. Las reflexiones lo envían a la forma, sabe que en cada punto de la casa adviene un elemento clave para su conformación personal, desde el particular orden social en el que se le ha sido dado vivir. Lévi Strauss nos dice: “la ideología no es cómo los hombres piensan los mitos, sino como los mitos se piensan en los hombres sin que éstos lo noten”. O como la casa quiere que la concibamos.

No hay límites de tiempo y espacio en la casa, circunstancialmente propensa a la conclusión ideológica que sustenta al poeta. Aunque ésta pueda representar un orden, también demanda experiencias oníricas, desde ángulos epistemológicos que pueden no siempre precisarse. El poeta se nutre de la casa, la mastica, la pulveriza, indaga por saber quién esgrime a quien, o negocia con ella, tiene una peculiar relación con la casa, propia de los amantes. En ella aprende que lo quimérico es tan esencial en su historia, de la misma manera en que lo real-cotidiano lo es.

Edifica los sueños sobre la base de sus realidades, no importa si es debajo de una mesa o escondido en el baño, tomando café frente al jazmín o fumando un cigarro en su cama, el poeta determinará su espacio, haciendo que surja de sus adentros la transformación simbólica y etérea del universo perfecto, dentro de ese espacio, el lenguaje como elemento de la metamorfosis. Se pregunta: ¿Es la casa una representación del yo? ¿Son reales los esplendores en el espejo? ¿De dónde viene la luz? ¿Está en mí la casa? El “ser” se convierte en interrogante total, algo está a punto de nacer.

La casa como un todo para el poeta, también acoge la melancolía humana de las imágenes, desde su cuarto:

La casa
Ésta casa es una orquesta
que entona la oscuridad de nuestras sombras
café ritual de la tarde
penetra ojo hogareño
geometría de las cosas
acertijo total del cuarto enmudecido
la piedra de moler
oculta los secretos inmemoriales de su edad
escritos al roce salvaje del tiempo
bajo las camas fluyen cuerpos ávidos de sangre
lo siento en el duelo de la mañana
la selva gruñe de tanto encierro
entonces me entristece el silencio franco de los helechos
se rodea del más profundo escalofrió la casa
desanda entre polvo y voces necias.


            Está viva la casa, tiene alma, su esencia intenta reflejar el estado en que se encuentra, el poeta lo sabe, conversa con ella a través de los helechos, del café, adquiere poderes mágicos explorando las zonas desconocidas de los deseos no expresados en las profundidades del “ser”, presencia la soledad, reduciéndose al silencio, a una proyección propia del acto creador. En resumen, a través de esta empresa de extrañas eventualidades, se hace evidente que el poeta es una extensión de su casa, se expone a todas las temperaturas de su diaria existencia, pende del frágil hilo de lo imaginario, para inventarla, o para que ella se invente así misma.