jueves, 20 de abril de 2017

Y el día apenas empieza

Cortesía: Publibus

El reloj marca las 6:22 am, me monto en el autobús. Al entrar empiezo a notar la variedad de rostros, personas de distintas edades, en el mismo bus, pero con diferentes destinos. Algunos puestos vacíos. Niños con sus uniformes escolares, franelas blancas, azules y beige, es lo que más se ve en este transporte. Mujeres con estos niños de uniforme blanco a cuestas.  Hombres somnolientos. Jóvenes con el uniforme de algunas empresas reconocidas, o entidades gubernamentales. Aunque el bus no ha arrancado, ya tiene el radio encendido con un programa radial en el que prevalece el género musical de preferencia colombiana, el vallenato.

Personas bostezando, comiendo o cantando. Unas hablando de lo que harán en el día. Señores leyendo el periódico. Jóvenes leyendo libros. Todo esto sin importar el volumen de aquella música. El bus está encendido a la espera de que el chófer se monte para emprender el camino. Hace su último llamado para llenar los tres puestos que aún están vacíos. Sin respuesta, decide arrancar. Una señora, cargando a un bebé, grita para que el chofer pare. Ella, muy agradecida con el conductor, le da las gracias repetidas veces y se sienta en el primer asiento que ve disponible.

En ese momento empezó la travesía de aproximadamente media hora, quizás más. Los gritos de los adolescentes en el último puesto se hacen sentir, así como el llanto de los niños. El bus, que va camino a la ciudad, hace su última parada en la plaza del pueblo donde logran entrar dos personas más para ocupar las sillas vacías, mientras que otras tres deciden ir de pie. En medio del camino, la música cambia a un género que es preferido entre los mejicanos, el ranchero. Todas las personas van en sus asuntos sin importar el volumen de la música: leyendo, conversando, cantando y durmiendo.

Al acercarse más hacia el destino, las chicas empiezan a maquillarse. Otras empiezan a peinarse. Pero la que más llama mi atención es la que se quita sus botas, sus medias y se pone unos zapatos de tacón; se quita la chaqueta que cubría sus hombros y se abotona una camisa blanca con el logo de un supermercado reconocido en la ciudad. Ya cuando se ve arreglada, empieza a despertar a su niño con uniforme de franela blanca colegial, y cubre más a su niña dormida de uniforme preescolar. Todos despertando porque anuncian la llegada, empiezan a oírse bostezos, huesos traqueados y estiramientos.

El reloj marca las 6:48 am, el autobús entra a la ciudad, y el ruido de las cornetas de los carros se empieza a oír.  El bus hace la primera parada y la mayoría de las personas se bajan en ella, corren para agarrar un último transporte y, así, poder llegar a sus colegios y lugares de trabajos. La parada está colapsada, muchas personas, poca abundancia de carros, pero al llegar distintas busetas, se apresuran a entrar en ellas.

Dos minutos después, el bus en el que voy hace su segunda parada y poca gente se baja. Transcurre unos tres minutos más y el bus hace su última parada, todos nos bajamos de la unidad, menos un joven de cabello largo, vestido de negro, que, por lo visto, lleva música a todo volumen en los audífonos de su aparato mp3. El bus sigue con él; y mi día apenas empieza…