(I)
Los Balleneros, argonautas de la
palabra, osados cultores del conocimiento, jinetes del Apocalipsis,
leviatánicos, arponeros de Ahab, rebeldes baquianos de la poesía, del arte, esa suprema lucidez que solo
los genios alcanzan; y es que solo ellos supieron invocar a la bestia, amaestrarla
y manejarla a su antojo, para luego liberarla en la memoria del universo,
dejando un legado de irreverencia cultural jamás visto en Venezuela, y ¿por qué
no? el mundo.
Corrían los años 60´s, póstumos a la caída del gobierno
dictador de Marcos Pérez Jiménez, años de violencia, de podredumbre
pseudo-democrática, años que dieron luz a un nuevo episodio de la literatura y
el arte en Venezuela, y que van a tener resonancia en las subsiguientes
generaciones. Influenciado por tendencias de izquierda, anarquía y revolución,
florece “El Techo de la Ballena”, movimiento producto de una reacción
contundentemente contestataria a la realidad política y social venezolana,
formado por jóvenes universitarios, militantes de la resistencia y
profesionales, algunos iniciados previamente en
grupos literarios como “Sardio”, apostaban por un proyecto antiestético,
de cuestionamiento y ruptura de los estándares hegemónicos culturales.
Según Edmundo Aray en su libro, Nueva
antología de El Techo de la Ballena, recientemente publicado por el FUNDECEM:
“Para el nombre del grupo los ayudó Jorge Luis Borges con su libro “Literaturas
germánicas medievales”. El poeta recuerda que era habitual entre los
escandinavos decir “casa de los pájaros”, y no aire; “serpiente de la guerra”,
y no lanza; “rocío de las armas”, y no sangre; “sala de la luna”, y no cielo;
“asamblea de espadas”, y no batalla; “marea de la copa” y no cerveza; y así,
“camino de las velas” o “techo de la ballena”, para mencionar al mar. Meville
los ayudó, y todos fueron el capitán Ahab, como un símbolo de perseverancia.”
Su perspectiva violenta y provocadora, encara aspectos
profundamente relacionados con una mirada posmoderna y vanguardista, que lo
determinaron como una explosión más que como una academia o una estética
estilizada, pues durante una década combatieron esa situación de represión
social, jamás pensaron en aprobar un tratado de no violencia con la realidad
imperante de aquella época, porque ningún artista puede hacerse el de la vista
gorda ante la sociedad en la que le toca vivir. Están asqueados, fatigados del
arte por el arte, de tanta podredumbre artística embellecedora de la realidad
impregnada en el aire y acumulada en las necias pupilas y oídos de los
aristócratas conservadores de la estética cultural.
En ese movimiento combatieron,
personajes como Adriano González León y Salvador Garmendia, que habrían de
convertirse en símbolos centrales de la moderna pluma narrativa de Venezuela,
poetas como Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz, Francisco Pérez
Perdomo y Edmundo Aray, conjugan el extravagante magnetismo exhibido en los
primeros años por “El Techo de la Ballena”, a esto se le agrega el aporte
conceptual y fundamental que le proporcionaron artistas plásticos como Carlos
Contramaestre, quien marcó sus características preliminares y muchos de sus
conceptos artísticos originales.
Su producción arranca en marzo de
1961, por medio de una exhibición llamada "Para Restituir el Magma”, cuyo
motivo era crear polémica, escándalo, de allí nace el nombre de su primer
manifiesto, entregado vía una hoja plegada que será luego su revista, “Rayado
sobre el Techo”. En el manifiesto se consigue la esencia armónica de la
avasallante explosividad que el grupo profesaba. Al revisar su contenido, se
encuentra la ferocidad en la imagen del magma: "Es necesario restituir el
magma la materia en ebullición la lujuria de la lava colocar una tela al pie de un volcán restituir el mundo la lujuria de la lava demostrar que la materia es más lucida que el
color…" (ARAY, Edmundo. Nueva antología de El Techo de la Ballena.
Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida, 2014.).