sábado, 10 de septiembre de 2016

PARA RESTITUIR EL MAGMA (I/III)

(I) 




Los Balleneros, argonautas de la palabra, osados cultores del conocimiento, jinetes del Apocalipsis, leviatánicos, arponeros de Ahab, rebeldes baquianos de la poesía, del arte, esa suprema lucidez que solo los genios alcanzan; y es que solo ellos supieron invocar a la bestia, amaestrarla y manejarla a su antojo, para luego liberarla en la memoria del universo, dejando un legado de irreverencia cultural jamás visto en Venezuela, y ¿por qué no? el mundo.




Corrían los años  60´s, póstumos a la caída del gobierno dictador de Marcos Pérez Jiménez, años de violencia, de podredumbre pseudo-democrática, años que dieron luz a un nuevo episodio de la literatura y el arte en Venezuela, y que van a tener resonancia en las subsiguientes generaciones. Influenciado por tendencias de izquierda, anarquía y revolución, florece “El Techo de la Ballena”, movimiento producto de una reacción contundentemente contestataria a la realidad política y social venezolana, formado por jóvenes universitarios, militantes de la resistencia y profesionales, algunos iniciados previamente en  grupos literarios como “Sardio”, apostaban por un proyecto antiestético, de cuestionamiento y ruptura de los estándares hegemónicos culturales.

Según Edmundo Aray en su libro, Nueva antología de El Techo de la Ballena, recientemente publicado por el FUNDECEM: “Para el nombre del grupo los ayudó Jorge Luis Borges con su libro “Literaturas germánicas medievales”. El poeta recuerda que era habitual entre los escandinavos decir “casa de los pájaros”, y no aire; “serpiente de la guerra”, y no lanza; “rocío de las armas”, y no sangre; “sala de la luna”, y no cielo; “asamblea de espadas”, y no batalla; “marea de la copa” y no cerveza; y así, “camino de las velas” o “techo de la ballena”, para mencionar al mar. Meville los ayudó, y todos fueron el capitán Ahab, como un símbolo de perseverancia.”




Su perspectiva  violenta y provocadora, encara aspectos profundamente relacionados con una mirada posmoderna y vanguardista, que lo determinaron como una explosión más que como una academia o una estética estilizada, pues durante una década combatieron esa situación de represión social, jamás pensaron en aprobar un tratado de no violencia con la realidad imperante de aquella época, porque ningún artista puede hacerse el de la vista gorda ante la sociedad en la que le toca vivir. Están asqueados, fatigados del arte por el arte, de tanta podredumbre artística embellecedora de la realidad impregnada en el aire y acumulada en las necias pupilas y oídos de los aristócratas conservadores de la estética cultural.

En ese movimiento combatieron, personajes como Adriano González León y Salvador Garmendia, que habrían de convertirse en símbolos centrales de la moderna pluma narrativa de Venezuela, poetas como Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz, Francisco Pérez Perdomo y Edmundo Aray, conjugan el extravagante magnetismo exhibido en los primeros años por “El Techo de la Ballena”, a esto se le agrega el aporte conceptual y fundamental que le proporcionaron artistas plásticos como Carlos Contramaestre, quien marcó sus características preliminares y muchos de sus conceptos artísticos originales.





Su producción arranca en marzo de 1961, por medio de una exhibición llamada "Para Restituir el Magma”, cuyo motivo era crear polémica, escándalo, de allí nace el nombre de su primer manifiesto, entregado vía una hoja plegada que será luego su revista, “Rayado sobre el Techo”. En el manifiesto se consigue la esencia armónica de la avasallante explosividad que el grupo profesaba. Al revisar su contenido, se encuentra la ferocidad en la imagen del magma: "Es necesario restituir el magma  la materia en ebullición  la lujuria de la lava  colocar una tela al pie de un volcán  restituir el mundo  la lujuria de la lava  demostrar que la materia es más lucida que el color…" (ARAY, Edmundo. Nueva antología de El Techo de la Ballena. Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida, 2014.).