sábado, 27 de agosto de 2016

El hambre y las colas para sobrevivir


(Gregorio Riveros-Santos). En toda Venezuela para sobrevivir al hambre hay que hacer colas para comprar la comida. No todos, claro está, hacen las colas. Hay quienes tienen las posibilidades (buenos sueldos —como políticos gobierneros, empresarios, comerciantes—, o tienen "amigos" encargados de repartir la comida que los abastecen y aseguran el suministro). 



Las colas tienen sus modalidades, según la región, o localidad donde te encuentres. En algunos casos, hay sorteos (que llaman “loterías del hambre” y en otros lugares simplemente es hacer una larga cola y esperar. Esa lotería es la que administra el hambre y dosifica (y discrimina: a usted si, y a usted no). Es decir, no todos comen. Por ejemplo, en la ciudad de Pampanito (Trujillo), frente a la Plaza Bolívar, donde los chinos, reparten solamente 250 números diarios.

 Es decir, el 25 % de los presentes compran, y el resto se va para su casa sin nada; de las 1000 personas que se aparezcan a comprar —por decir una cantidad mínima—, entonces 750 familias sometidas al sorteo diario no compran. Esas 750 familias se van sin comprar. Con la esperanza de que algún día llegue a su hogar un CLAP, y les vendan la “bolsita de comida” (con la modalidad del gobierno), si es que llega, con la miserable cantidad de productos que traen (casi nada). 

Pero volviendo a las colas, me ocurrió un caso, fue la semana pasada, me tocó la lotería en la ciudad de Trujillo y salí sorteado en un local de los chinos del Centro Comercial Conte. Pero el azar (sorteo) me tenía al principio una buena jugada, quedé, y mi nombre salió (me nombraron), podía ejercer el derecho natural y constitucional de comer. Y muy contento de tener la suerte a mi favor para comer, me dirigí a comprar, y encontré que vendían solamente un paquetico de arroz de 1 Kg, y más nada. Eso ya pasó, y seguimos con mucha esperanza de salir adelante como país, pero mientras tanto, que las cosas cambien, seguimos en las colas. En lo personal, hay actividades que me sirven para drenar la molestia e impotencia de las colas; a mi me sirve la lectura, pero no todos pueden descargarse con la lectura. Y menos cuando el hambre acecha en la barriga. Hay unos que llevan horas y horas aguantando un mamarro sol, y otros, parados, sin hacer necesidades fisiológicas, soportando empujones, gritos, sudores, y humores.

 Es mucho el vejamen para comprar una harina, una mantequilla, un papel para limpiarse el fondillo, y tal vez un jabón para el baño. Por eso, es jodido recomendar que lleven (para aliviar la cola) un librito de poesía, cuento, novela, o cualquier otra lectura que sirva (o que no sirva de mucho), pero que ayude a pasar el tiempo en esas deprimentes colas del hambre. Casi todo está relacionado con la escasez de alimentos, la inflación, la inseguridad, y pare usted de contar. No me atrevo —y a veces corro el riesgo—, en decirles que se lleven un librito y lean (sabiendo que lo menos que puedo recibir, es una inútil mentada de madre). 

Un viejo amigo, me cuestionaba la profunda fe que tengo en las lecturas para soportar las colas; y me dice: "El país cayéndose a pedazos, y usted leyendo poesías en las colas". Yo lo entiendo, eso es verdad, al país lo tienen convertido (algunos políticos y empresarios, mercenarios) en un caos, y está en quiebra (sin estructura productiva económica eficiente). Y qué hace uno, nos gusta la poesía y punto; y tenemos la esperanza que saldremos adelante. Y para finalizar, creo que la solución es coyuntural, y también va más allá de la ficción literaria. 

Por eso escribo esta crónica breve, porque hace poco, publiqué por Facebook, un pensamiento del escritor colombiano premio nobel de literatura Gabriel García Márquez que dice lo siguiente: "La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir". Y eso me pareció una verdad para nuestro país: siempre hay una oportunidad para salir adelante, superar lo malo (y las circunstancias adversas) y buscar lo bueno, lo mejor, vencer los obstáculos, superarse, y sobrevivir. 

Aunque hay mucha desesperanza, y falta de confianza, estoy convencido que el pueblo venezolano puede superar esta terrible crisis, salir de abajo, sobrevivir y progresar en la construcción de un gran país. La solución no está en las manos de un Mesías, ni poeta, ni obrero, ni militar, ni civil, está en las manos de todos, en las poderosas manos del pueblo venezolano.