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Ser un caballero implica comportarse
con nobleza, amabilidad y esplendidez. Dentro de este concepto hallamos la tradición de dar un trato preferencial a
las féminas, a las personas discapacitadas, tercera edad y a los niños. La caballerosidad
podríamos definirla como la obligación del hombre con la mujer y los más
necesitados.
Bus Trujillo, el más seguro y cómodo transporte
en la actualidad del estado (posee cámaras de seguridad, aire acondicionado,
pantallas plasma, butacas preferenciales para personas de la tercera,
discapacitados y embarazadas, tarifas económicas), cubre varias rutas partiendo
de Valera a diferentes municipios y parroquias, yo específicamente uso la ruta
Valera-Carvajal; el bus casi llegaba a la La Horqueta, cuando una mujer de
algunos 40 años le hizo seña al chofer de que se detuviese en la parada.
Era una mujer delgada, de mediana
estatura, y atractivo físico fenomenal. Subió -con mucha elegancia- a la parte
intermedia del bus, donde me encontraba yo aferrado a las manillas, intentando
no caerme con cada desplazamiento o frenazo brusco, y observó con detenimiento
el interior del bus. Los usuarios, hombres en gran parte, o no la vieron, o no
le quisieron dar el puesto, excepto uno, gordo, de barba pronunciada y gorra
militar, al nomas mirarla, se levantó y con torpe caballerosidad le brindó su
asiento.
Mientras el señor se levantaba,
exclamaba en vos alta: -¡En Trujillo la caballerosidad ya no existe!- como
buscando conversa con alguna otra persona en el bus. Tal vez estaba de acuerdo
con su afirmación, hasta cierto punto, pero me limité a seguir admirando la
belleza de la mujer que recién se había montado. Luego de escasos cinco
minutos, el hombre gordo, vuelve a decir, con vos más alta y convincente: -¡Definitivamente,
la caballerosidad trujillana ya no existe!-. Ninguna persona le contestó,
ningún rostro de aprobación, el señor no
hablo más; al llegar al Vista Park, el hombre solicitó la parada del bus, esperó
al pie de la plataforma del bus, le ofreció la mano a la hermosa mujer, ella
aceptó intimidada, la ayudó a bajar hasta la acera, mientras tanto, un
pasajero, al parecer conocido del señor, le grita con voz jocosa: -¡Eeeso
gordo, no perdés chance!-. Confundiendo amabilidad con cortejo, aunque dentro
del cortejo se encuentre la amabilidad, supongo que no era este el caso.
Yo seguí mi recorrido, reflexionando
sobre las palabras emitidas por el señor de
barba pronunciada. ¿Ha desaparecido realmente la caballerosidad? He
visto en algunas ocasiones, hombres levantándose para ceder el puesto a las
mujeres que suben al bus, y más aún si son hermosas. Hay muchos usuarios que se
entretienen mirando con afán el peculiar paisaje a su derecha o izquierda, por supuesto que con la rigurosa estrategia de
que al montarse una señora y le toque ir parada, no percatarse de ello,
obviamente para no tener la “gran molestia” de levantarse.
En las ciudades grandes de Venezuela
(Caracas, Barquisimeto, Valencia, Maracaibo, Maracay…), cuando un individuo otorga
el asiento a una señora que va parada, delata al instante su procedencia. Recuerdo
que hace unos meses, en mi último viaje a Barquisimeto, íbamos dos compañeros y
yo sentados en un auto bus, camino al terminal, cuando un señor mayor se subió
a la unidad. Uno de mis compañeros, al ver que al anciano le tocaba ir de pie,
se levantó y le cedió el puesto con
educación. Esto me recordó una frase de Montaigne:
"Aunque pudiera hacerme temible, preferiría hacerme amable”. Se podían sentir
los cuchicheos de los demás usuarios del transporte: -Na' guará, estos de
seguro son gochos-. Así nos llaman a los trujillanos, en las grandes urbes.
En la vida actual de las ciudades más
desarrolladas económico e industrialmente, al parecer, no hay cabida para los
buenos modales, la caballerosidad, poco tiempo queda para deleitar la mirada,
respirar profundo y sentirse vivo siendo amable, los ciudadanos van estresados,
apurados cada uno a su destino.
¿Para qué sirve la caballerosidad en
ciudades de esta naturaleza? El deseo de ayudar a los demás debe ser la
plataforma de la sociedad, lo más importante es que ofrezcamos nuestra ayuda y amabilidad
no por dar un show ante los demás, sino porque nos parezca necesario. La
caballerosidad no es asunto de moda, los pequeños detalles hacen un abismal contraste.
Los hombres no debemos temer al ridículo (así lo ven ciertas personas) por
movernos con caballerosidad, son aspectos que nos harán sobresalir entre el
común denominador, que corrientemente muestran su carencia de buena formación y
cortesía. Siempre hay tiempo para ser amable y educado como algo genuino de
nuestra naturaleza, como diría Don Amable de Trujillo: -hijo, sea feo pero decente-.
Haciendo referencia a que la educación y los modales deben estar presentes en
toda ocasión.