miércoles, 27 de enero de 2016

El poeta y la ciudad





El poeta concentra la urbe en el enigma absoluto, orbita en sus dudas,  busca su geometría entre la jauría, el smog y las mujeres, la cerveza y la basura, el político de turno y la tecnología, los centros comerciales y la casa, el picante y la escasez, el ruido y la armonía de los escasos árboles, entre luces y sombras, donde aquello que se busca para ahuyentarse, en contra de los avatares rutinarios del  día a día, con su manera única de percibirse en la jungla de concreto, casi tragado por el sistema; quiéralo o no, se convierte el poeta en una forma de sonoridad arrítmica en la orquesta salvaje de la ciudad, disonante y anochecido. Saint-John Perse nos recuerda que el poeta es aquel que rompe para nosotros la costumbre.

No obstante de ello, cruza la frontera del decadentismo, se aglomera en mezcla homogénea con el ensueño del lugar y va tomando ritmo armónico dentro de él. Es como si emprendiera un viaje, con el fin de sembrar la belleza en la huerta de la esperanza. Fue engendrado para no ser, asemejarse, ni reconocerse, tal vez, como quien realmente es, de ahí los enigmas y asombros que imperan en su vida, sin estar satisfecho nunca con lo que es, aborda la historia y la filosofía de su espacio geográfico, ostentando el contraste de las raíces culturales con los comportamientos de la actual sapiencia urbana, resultando muy posiblemente un encuentro con el “yo”, en la intimidad del “ser”.

Se enfrenta a una perspectiva abierta y circular en los umbrales de su meditación, llega al poeta como circunstancia del yo, la reflexión, (Jonuel Brigue dijo, tenemos que permitir que las ideas aprovechables desciendan bajo el imperio de la reflexión) para concebirse y saberse dentro y fuera de la ciudad, su presencia la ve acompañada del mundo, al cual cree no pertenecer, deseoso de divulgarlo por medio de su canto, de sus versos, hermosos puñales cristalinos que van más allá de las resonancias, haciendo reventar los espíritus que las palabras enjaulan dentro de ellas. 

Se plantea descubrir, vivir, escribir, evitar el olvido, ansía saber, se cuestiona, arranca la poesía de las calles, de las montañas, de su casa habitada de fantasmas y helechos, de los transeúntes obstinados, de la piel de los espejos que reflejan acertijos, del alma, es invocado intrínsecamente a esta innegable labor, la forja melodía y canción para los otros. Todo lo relacionado con la existencia humana en general, llega a ser fuente de intriga para el poeta; es un crítico y auto-critico que invita a la revolución, a la libertad, sin rimas ni metáforas prefabricadas.



La poesía es casa, universo indescifrable, una mujer atormentada por los rígidos parámetros sociales, la espesa armonía del tabaco mientras suena “Whole lotta love”,  una criatura inverosímil volando por los cielos, una mano que huye, un pájaro con ojos de diamante geométricamente perfectos, presagio azaroso del porvenir, Fernández plasmando su ingenuidad sobre el lienzo, Juana de Arco cantando mientras es calcinada, las imágenes formadas por sus resonancias se afirman, se añaden, se suceden, ¿Cuál es la verdadera imagen en esta infinita paleta de colores? Todas, y absolutamente todas llevan a sus consecuencias, no se la puede abarcar en ninguna definición, la poesía es también silencio del alma; el poeta se vale irremediablemente de las palabras, camina más allá del lenguaje, por mundos jamás imaginados, negados, nunca nombrados, y la escritura que surge de lo inexplicable esconde en sí misma esa condición.


Quizás nadie conoce el secreto de un poema. Cada palabra, cada frase guarda un verdadero secreto, cada uno desentraña un enigma del universo. Intentar reducir la poesía a una fórmula mágica para tener éxito, equivale a cortarle las alas a un ave, pues la poesía es un organismo vivo, en constante revolución, encarna en la palabra, no deja de ser instante. La poesía exige mudez, destierro; pide otro tiempo, otro céfiro, otra luz. Entonces se deslumbra el espacio de papel que hay ante los ojos del poeta, lugar de intersección de fuerzas desconocidas, se traslada de ámbito, construye un puente translúcido entre su rincón oculto y el de todos, para comunicar.

Las calles atiborradas de los gritos de los buhoneros, el poeta deambula, lo atormenta el hambre,  el hedor a comida rápida, la ciudad se convierte en un conglomerado humano exhibiendo su colorido ritmo catastrófico, bajo la complejidad cotidiana, ¿La ciudad? La misma progenitora de imágenes apresuradas, y a pesar de todo,  se presenta como un lienzo en blanco ante las manos del creador. La ciudad intenta atraparlo pero nada puede, pues la ciudad también se transforma.